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Ultramarinos

La palabra

Rocola abandonada en el patio de una casa de la Candelaria, Colombia.

Rocola abandonada en el patio de una casa de la Candelaria, Colombia. / L.A.

Un conjunto de letras que forma una unidad, usualmente con significado, es una palabra. Cada palabra se separa de las demás por pausas en su pronunciación, que hacen latente nuestra respiración. Una se distancia de la otra por unos espacios vacíos en la escritura que a veces se ocupan con signos de puntuación. La palabra suena y se escribe. En algunos casos estas dos acciones se hacen de forma distinta, en otros coinciden por fortuna. Palabra proviene de parábola y sigue guardando lo que de enseñanza tenía. Hay gente de palabra y otros que faltan a ella. Está quien se come alguna y quien se la toma hasta cansar. Existen personas de pocas palabras y otros a quienes toca dejar con la palabra en la boca. Hay palabras mayores y palabras menudas y también alguien que no ha dicho aun la última. Ahora las palabras se recortan injustamente, para que podamos decir más con menos, sin importar si quiera si hay algo que decir y, sobre todo, cómo se está diciendo.

En donde yo estoy, la palabra conserva el encanto de cuando solo se usaba por el aire, entre ritos y cantos, con misterio. Estas palabras se las lleva el viento y de esa manera siguen alimentando a quienes la escuchan sin querer. El pregón se dice con fuerza. Y es que la historia se cuenta mejor que se lee. La palabra aquí está viva, cambia, se deforma y se transforma, se pone bonita según los labios de quien la dice o la besa. Esta palabra se llena de todo lo que puede ser y por eso, aquí un zapatero trabaja en una clínica del calzado, no en una zapatería. Cada palabra se hace posible en su entonación, con la que de inmediato viajas a otros mundos mágicos y reales o, por el contrario, encuentras de frente todos los miedos de los que alguna vez huiste.

De donde yo vengo, la palabra está escrita en piedra y cada vez que se dice con la gracia de quien se la inventa, se descongela y salta por los balcones. Unos valientes se atreven a gritarla, para que suene distinto, con faltas de ortografía y hacen que el orden de las enciclopedias y los diccionarios polvorientos se tambalee. Mientras que eso no ocurre, las palabras se repiten una y otra vez, siempre las mismas, siempre distintas. A veces se vuelven número que toca cuadrar y dejan de ser letra que vuela libre sin rumbo fijo. Entonces el doble sentido, atrevido y desvergonzado, viene a despertarnos de una liturgia que se hace larga. La palabra aquí es precisa y está afilada, se escoge desde la experticia de quien la busca y se busca con ella.

Hay palabras que, apenas pronunciadas, apaciguan en nosotros los tumultos, escribió Bachelard. Por eso, y por el gozo que cada una de ellas es capaz de contener, dejémonos cuidar sin reparos por palabras bien escogidas.

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