Laurel y rosas

Resucitar la "Chiclana emprendedora"

La Resurrección –la de este Cristo de Pasión que culmina, pese a todo, esta atípica Semana Santa– es ante todo Esperanza. Ese testimonio que renace en la Esperanza que tanto necesitamos ahora. En medio de este camino de espinas que está siendo el encierro, la impotencia, el dolor, el miedo, hoy resucita la esperanza para decirnos que no solo vamos a resistir, sino que vamos a resurgir. Que vamos a renacer. Y sí, esa es la imagen del día después: un gran parto hacia la vida, hacia los que queremos, hacia lo que echamos de menos. Preocupados, sí, puede que asustados todavía. Sin duda para vivir el duelo por los que se han llevado la pandemia. Pero esa resurrección, será reconstrucción. Ese duelo será también el inicio de la recuperación. Y, ay, la historia –y hasta la experiencia de cada uno de nosotros durante este confinamiento– nos dice que la mayor lección después del desastre, después del drama, es la solidaridad. El sentido de comunidad. El juntos podemos.

Sin embargo, la historia –nuestra propia historia como villa y ciudad– nos enseña algo que, si cabe, es aún más decisivo: que el mayor desafío no es tanto este resistir espalda con espalda, balcón con balcón, sino exactamente qué vamos a hacer a partir de ahora. La respuesta. No frente al enemigo, el desastre o la enfermedad, sino una vez que el invasor cayó, una vez que el ansia de la naturaleza dejó atrás barro y lágrimas, una vez que la peste negra, el tifus, la fiebre amarilla o la gripe, quedó atrás. Esto me hace, por ejemplo, elegir tres momentos de nuestra historia –y otros más sin duda– que reflejan ese espíritu de resurrección, de reconstrucción, de renacimiento de Chiclana.

Y, por comenzar, con el más cercano, aunque ya hayan pasado más de cincuenta años. El ejemplo más a mano: la inundación, la riada, de 19 octubre de 1965. El segundo, más lejano, tiene casi dos siglos: la ocupación francesa entre 7 de febrero de 1810 y 25 de agosto de 1812, cuando aún Chiclana no se había recuperado de la fiebre amarilla que causó 1.900 muertos en el año 1800 ni de la crisis de las colonias que decapitó la riqueza del comercio con América desde Cádiz. El tercero, el tifus exantemático –que algunos creen realmente la primera epidemia de gripe– que justamente cien años antes de la invasión napoleónica, en 1709, causó al menos 538 fallecidos en la aún villa de Chiclana.

Esa esperanza que tanto necesitamos ahora, imaginemos cuanto hizo falta a lo larga de estos tres episodios. Pero la ciudad, la villa, los vecinos, las chiclaneras, resurgieron. Debieron ser algunos de estos momentos –si no anteriores– donde caló ese epíteto del “chiclanero emprendedor”, reiterado muchas veces innecesariamente en estas últimas décadas. Y que a mi me gusta más en otra versión que también ha calado: “Chiclana emprendedora”. Sea como sea, lo importante no es –aunque la historia se encarga también, aunque no siempre, de hacer justicia y saldar deudas– cómo se quitó el barro y se salvó vidas con el agua desbordada, cómo se resistió ante el francés y su ignominia o cómo se hizo frente a esa gripe acerca de la que se desconocía todo. Sino que lo trascendental es lo que vino después. Cómo se superó todo ello.

La riada con su drama de destrucción y sueños hundidos provocó una pródiga modernización de la ciudad, no solo en lo urbano, sino en lo económico. Emergió una nueva ciudad, abierta hacia La Barrosa y el turismo, que vio crecer la industria y la empresa a través de la nueva N-340. Y de esa ciudad sus ecos nos llegan aún. Y que conecta con esa otra Chiclana de 1814, cuando se abre al culto la iglesia de San Juan Bautista como símbolo de que una nueva epifanía que, quizás, no fue todo lo espléndida que merecía –o debería–, pero que logró en 1876 el título de ciudad por el aumento de población y desarrollo de su industria y su comercio. Sí fue espléndido el siglo XVIII, cuando la villa tenía apenas 4.000 habitantes y crece hasta 6.500 proclamándose “desahogo y quitapesares” de los vecinos ricos de Cádiz y asumiendo el esplendor del comercio indiano. Ante la angustia, supo crecer, supo elaborar una respuesta a la altura, valiente y sacrificada. Mirando adelante.

Esta reclusión nos ha servido para recuperar “el mapa de los afectos”, también para repensar ese tiempo que vendrá, esas respuestas desde la cohesión social y la inversión pública, desde la Chiclana emprendedora y trabajadora. Construyamos esta “nueva ciudad”, con el gesto también. Cuando salgamos, será necesario, justamente, que sigamos mirando por los balcones y siendo solidario con el que está cerca, con los que pese a todo no se van a hundir: y acudir a los comercios, las empresas, los restaurantes, entre otros muchos emprendedores, de la ciudad, que son esos mismos vecinos que vemos hoy desde el balcón. La resurrección es una tarea de todos. Porque llegará el verano. ¿Y dónde vamos a estar mejor?

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