Violencia
Crónicas del retornado
La violencia parecer ser el triste sino de la Humanidad desde sus más remotos orígenes.
En uno de los pilares de nuestra cultura, la mitología greco-latina, Zeus, el dios supremo, logra ese elevado estatus tras cargarse a su padre, el titán Cronos, angelito que se había entretenido en devorar a sus restantes hijos con el objeto de que no le barriesen el plato. Le salió mal la jugada, porque el avispado jovencito superviviente se las apañó para hacerle vomitar a la devorada progenie y, de paso, cargarse al papá antropófago.
El segundo pilar, la Biblia, cuenta en el Génesis que Caín mató a su hermano Abel por envidia. Ambos eran hijos de Adán y Eva, matrimonio violentamente expulsado del Paraíso por Jehová, que no se anda con chiquitas a lo largo de todo el Antiguo Testamento; como cuando hizo llover azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra (“¡Hale, por maricones!”). Claro que, tras la violencia, suele llegar la negación, como cuando Caín, interpelado por Jehová, dice aquello de: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” O algo por el estilo. Como en nuestro tiempo hay que meter el sufijo “ismo” por narices, llegó el negacionismo.
Nuestra historia más reciente se inicia también con un acto de violencia: el golpe de estado contra la Segunda República, la subsiguiente guerra civil y los años de represión dictatorial. Los españoles de mi generación somos hijos de víctimas o de combatientes de esa guerra, y sería preciso añadir que los combatientes en cualquier guerra suelen ser también víctimas, sea del reclutamiento forzoso, sea del engaño. Son otros, los poderosos, los que la lían, por odio o por interés.
Acto seguido, la negación, porque según los políticos herederos del franquismo, no hay que revolver en aquello, hay que hacer borrón y cuenta nueva: aquí no ha pasado nada, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Cinismo. La semana pasada el lamentable Alcalde de Madrid hizo eliminar las lápidas inscritas con los nombres de los fusilados en el cementerio de La Almudena. La tendencia de asesinos y cómplices a borrar las huellas del crimen es bien conocida.
Negar los delitos es un tópico en la Historia. Durante años ha habido quienes negaban el holocausto judío, pese a las evidencias materiales y documentales que abundan sobre el genocidio nazi. Lo absurdo es que algunos historiadores serios hayan perdido su tiempo y su talento en polemizar contra estos desvergonzados negacionistas.
Y vamos a cuestiones más recientes. La pasada semana se celebraba el Día Internacional de la Mujer, centrado en el rechazo a la violencia machista. Que tal violencia exista y que sea una lacra en el Mundo y en España es una evidencia dolorosa que es imposible ignorar. Es muy importante que la educación dedique atención al tema, con el objeto de erradicarlo. Y no es sólo la escuela, sino también la familia y los medios de comunicación quienes han de responsabilizarse de ello. Bueno es que se dedique un día al año a luchar contra esa violencia, pero la tarea tiene que ser permanente y transversal.
Asombra que existan partidos políticos que nieguen el hecho, e intenten enmascararlo con un rechazo genérico a la violencia, sin distinción de sexo. Muy poca vergüenza, porque la estadística de crímenes contra mujeres es abrumadora, sea por homicidio, malos tratos o violación. ¿A qué se debe la negación de crímenes tan flagrantes?
Es tristemente ilustrativa la anécdota del miserable Ortega Smith despreciando a la víctima Nadia Otmani en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid. ¿De qué pasta está hecha esta especie de individuos? Pues, encima, éste y sus congéneres se declaran fervientes católicos, cristianos en consecuencia. A ver si pueden explicarnos en qué parte del Evangelio se predica despreciar a la víctima, rechazar al que es de otra raza o profesa otra creencia. El propio Papa Francisco creo que lo deja claro a lo largo de toda su predicación, y preciso es recurrir a su testimonio, también desde una perspectiva laica.
Me ha sorprendido un tanto que en Chiclana el partido al que pertenece este mal bicho haya obtenido un aparatoso resultado electoral. Me consta que mis conciudadanos no son racistas, ni apoyan el feminicidio, ni profesan las disparatadas doctrinas de Abascal y su banda. Alguien me dice que, en el colmo del despropósito, ese voto ha sido alentado desde instituciones cristianas, católicas o protestantes. ¿Me lo creo?
Por supuesto que debemos respetar la decisión de voto de todos los ciudadanos. Eso es democracia. No obstante, opino que los dirigentes locales de los partidos democráticos de izquierda y de derecha no deberían ignorar el hecho y, en consecuencia, tendrían que adoptar resoluciones autocríticas que lo expliquen y lo combatan. La política del avestruz es la que ha desencadenado todo tipo de catástrofes desde que el Mundo es Mundo.
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