Cádiz | levante ·

Un triste partido que ya empezó al revés con la Tribuna vacíalo mejorlo peor

Muchas veces son las pequeñas cosas las que mejor consiguen anunciarnos la inmediatez de algún que otro desastre. Cuando después de cerca de 50 años, me senté ayer tarde frente a la decadente y abandonada Tribuna del Ramón de Carranza, tuve la certeza de que algo negativo iba a suceder, ya que me parecía estar viendo aquella escena como si estuviese detrás de la cara oculta de un espejo. O situado en una dimensión diferente.

Frente a mí ya no estaba ni aquella vieja y añorada Preferencia, rematada con la altivez de su torre olímpica, su casero marcador manual con la nave de La Camelia al fondo, ni tampoco la moderna y aséptica grada de nueva remodelación. Lo que tenía enfrente era una Tribuna extrañamente vacía, silenciosa, condenada sin remedio a ser demolida y que todavía aguarda, desde hace ya algún tiempo, ese primer golpe amenazante que anuncie su desaparición para siempre. Una Tribuna con mucha historia y testigo fiel de hazañas heroicas y también, por supuesto, de desengaños y frustraciones de este Cádiz de nuestras penas. Una Tribuna que aún debe conservar entre los escalones de sus gradas el eco de aquellos oles de admiración y embeleso que los Mágicos, Mejías, Juan José, Migueli, Andrés, Baena, Mané y tantos otros, supieron arrancar de las gargantas de innumerables aficionados cadistas. Una Tribuna que sabe ya que no tiene indulto posible y que su condena dará paso al nacimiento de otra nueva pero sin historia. Como corresponde al siempre ineludible panta rei.

Al margen, también percibía un algo raro que no cuadraba. Después me di cuenta que era que no soplaba el levante. Cosa rara ésta en Cádiz, casi antinatural diría yo, pues como es bien sabido por todos, este viento no es amigo de faltar en los días de partido. Pero hete aquí por donde, y apenas pitó el árbitro el inicio de encuentro, no quiero ni referir la levantá que se formó en el césped. Bueno, en lo que se ve allí abajo, algo así como verde. Ni los mismos jugadores del Cádiz sabían dónde situarse. ¡Vaya prueba de fuego la que les cayó a estos marineros, los vestidos de amarillo¡ El equipo, apenas comenzó el combate, ya empezó a hacer agua lo mismo por proa que por popa, por babor que por estribor. Diría que más de uno hasta empezó a marearse con tanto vértigo y tanto ir sin sentido de un lado para otro. Y claro, con tantos bandazos que les metía el levante, pues resultó que perdieron de vista lo mismo la portería propia que la ajena. Ya digo. Un tormentazo, vaya, todo un tormentazo. Momento hubo en que no sabían ni cómo achicar agua en medio de tanto levantera que sufrían. Y tal como era de esperar, al final, el equipo entero terminó naufragando.

Al capitán del barco, al señor Espárrago, poco hay que decirle. Conoce perfectamente estos mares y mucho mejor todavía -estoy bien seguro de ello- la marinería con que cuenta. Confiemos, pues, en su sabiduría y en que al final termine enderezando un navío cuyos planos y terminación no han sido los más adecuados para los mares por los que obligadamente tiene que navegar. Cuenta con carencias en casi todos sus palos mayores, pero en especial y muy por encima de otros, en los del centro del buque, donde sigue echándose en falta- ¡ay, cuánto tiempo ya¡- un buen contramaestre, capaz de asumir el timón y darle sentido tanto al rumbo como a los nudos de cada momento.

Estamos en situación de crisis. Pero sigo confiando ciegamente en Espárrago. Fue siempre un grandísimo capitán. Quizá uno de los mejores para una misión como ésta. Aunque debemos reconocer que a los dueños de la corbeta se les ha ido un tiempo precioso para haberle echado una buena mano, reforzando con más eficacia a la marinería. Se lo hubieran agradecido, no sólo Espárrago, sino sobre todo los sufridos aficionados cadistas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios