Cádiz pierde con el Barça sin encajar un gol
El Covid-19 destroza el sábado dentro y fuera del Carranza, con el adiós a grandes beneficios económicos para la entidad y el tejido empresarial de la ciudad
Cádiz/A la espera de lo que suceda en el partido que disputarán el sábado el Cádiz CF y el FC Barcelona, lejos de la disputa de los puntos, de la furia amarilla y de la calidad azulgrana, hay un dato que ya es una realidad y que no tendrá repercusión en la clasificación del equipo de Álvaro Cervera y sí en la economía gaditana. Cádiz pierde. Pierde un gran fin de semana de la fiesta del fútbol, algo así como el Mundial de Motociclismo en Jerez y en toda la provincia. El Covid-19 vuelve a ganar por goleada y deja otro reguero de desilusión en una ciudad muy castigada desde el pasado mes de marzo.
En el hogar de cualquier equipo modesto de Primera División, el hecho de cruzarse con un adversario de la talla del Barcelona, como también podría ser el Real Madrid e incluso el Atlético, es una fecha marcada en rojo. Recogida como un momento especial en lo deportivo, lo anímico y, por supuesto, lo económico. Es cierto que el Cádiz CF acumula demasiados años lejos de la Liga de las Estrellas, pero no hay que ser vagos ni cortos de memoria para recordar lo que suponía un Cádiz-Barcelona, con la ciudad recibiendo paisanos y futboleros de provincias limítrofes, para ver a los mejores y disfrutar de la delicatessen que sólo esta tierra y su clima saben dar.
Vaya por delante el club cadista como otro gran damnificado, pues entre la taquilla -sin contar que los abonados hubieran tenido que pagar alguna cantidad- y la facturación de la Tienda Oficial, a las arcas han dejado de entrar entre 250.000 y 300.000 euros.
Un encuentro de esa dimensión no hay ciudad que lo gestione con calma, pero bendito problema que ojalá ahora estuviera en manos de políticos como Martín Vila y compañía para, por ejemplo, encontrar un lugar en el que aparcar coches. Se hubiera podido crear una 'zona azulgrana' para hacer caja.
Bromas aparte, el silencioso llanto que desde la primera jornada salpica de dolor el interior del Carranza será más palpable este próximo fin de semana en el exterior del 'templo' del cadismo; en prácticamente toda la ciudad. Hoteles, restaurantes, bares, grandes superficies, negocios menores…, todo el tejido comercial de una capital pequeña como la gaditana se estaría frotando las manos a la espera de un largo fin de semana por el Barcelona y el puente. La realidad es que el único puente que finalmente unirá a ambas cosas será el que tomen los autocares de la expedición azulgrana para entrar y salir de la Tacita. Nada más.
El sábado, a las nueve de la noche, no será entendible el silencio del Carranza, de la Laguna y de todo Cádiz cuando la pelota se ponga a rodar y David busque por dónde golpear a Goliat. Todos saben el motivo por el que la hostelería tendrá la baraja y la puerta cerrada, pero eso no resta un ápice a la impotencia de ver escapar una oportunidad que soluciona muchos meses de pago de hipotecas, alquileres y salarios. Es el penalti fallado en el minuto 94 con 0-0 en el marcador en una final de la Liga de Campeones.
Después de 14 años esperando un ascenso en el campo y en las cuentas, la arteria comercial que arropa el Carranza y la de más allá se encuentran huérfanas porque el fútbol está pasando de puntillas. Todos saben que el Cádiz CF está en Primera, pero pocos lo sienten de esa forma ni reciben los beneficios esperados aunque el fútbol les sea indiferente. El mal trago es para el cadista y para el que le da lo mismo que el balón tome camino de la portería del rival o del córner aunque, de alguna manera, su calidad de vida dependa de ello.
La temporada transcurre como un reloj de arena que agota sus granos, ese tiempo cruel que acaba con la paciencia y la resistencia de los que, como se dice vulgarmente, "comen del fútbol". La tarta que ahora toca repartir es demasiado pequeña para tantos corazones, y los años de bonanza por el Cádiz y sus apasionados seguidores, esos que permitieron llenar bares y almacenes, quedan ya lejos y empiezan a provocar un vaciado de botellas en forma de carteras cual desagüe a ninguna parte. Algo así como decir adiós a una etapa de alegría que costó sudor y lágrimas poder conquistar.
La esperanza ahora mismo es detenerse en el calendario y ver cuándo tienen que venir el Real Madrid y el Atlético. Es la esperanza en blanco y rojiblanco de unas bocas que no cantan gol en directo y de unos bolsillos que se han quedado huérfanos como las gradas del campo. Toca cruzar los dedos para que esos dos grandes se presenten en Cádiz y, al menos, una parte del aforo pueda estar presente. Sería algo así como las últimas rampas de un puerto de montaña para muchas familias. Un premio gordo o un buen regalo de Reyes Magos en una Navidad tardía.
Ahora mismo cuesta recordar en su salsa esos aledaños del estadio, la avenida, el Paseo Marítimo, el corazón de la Laguna, Loreto..., todo el Cádiz más cadista que cuando juega su equipo respira amarillo y se viste de ese color. Que tire la primera piedra el que diga que no cumple ese mandamiento acompañado por un refrigerio con su correspondiente tapa, como se le dice al pincho por estos lares. Una fiesta en amarillo que una pandemia ha aplazado por tiempo indefinido y que ha dejado esos lugares de consumo, entre risas y promesas si gana mi equipo, como la sala de un tanatorio. Más muerto que vivo.
Hay comerciantes que prefieren no hacer números para no agotar las pilas de las calculadoras. Toman aire, miran el hormigón sin huéspedes de la Tribuna, la Preferencia y los Fondos como su tabla de salvación mientras leen y escuchan que una vacuna está en camino. "Que no tarde mucho, por Dios", agita la cabeza con desesperación más de uno. Y es que con el Cádiz en Primera ese sector gana mucho dinero, con la repercusión que ello conlleva para el empleo.
Pasó el Sevilla con lo que hubiera significado el trasvase Sánchez-Pizjuán-Carranza ahora que no se paga autopista, y pasará el Barça de Messi y compañía con la misma sensación de que no hay más cera que la que arde y que el dinero seguirá sin aparecer ahora que se añora tanto como el abrazo de ese ser querido que vive lejos. Almas sin pena.
El camino seguirá siendo largo, tanto como los nueve meses que lleva un equipo separado de sus 'hijos', con todo lo que eso significa. ¿Hasta cuándo? He ahí la cuestión porque la resistencia de los que un día fueron privilegiados empieza a ser débil viendo volar por el recuerdo cientos de miles de euros que hasta el pasado mes de marzo daban fortaleza a un sector clave en la ciudad.
El sábado sólo se abrirá una puerta en el Ramón de Carranza, suficiente para que accedan los equipos, los árbitros y los responsables del cuestionado VAR, ese que está acumulando méritos a base de errores para echarle la baraja incluso mucho antes de las seis de la tarde. Una semana más, una jornada más en esta Liga desligada, todo se juega en el verde desde que la grada dejó de empujar. Esa puerta se abrirá poco después de que otras de muchos comercios hayan cerrado las suyas esperando el día que vuelva a asomar el sol sobre la visera del estadio Carranza.
Antonio de María: “Hubiera sido un fin de semana memorable"
El máximo responsable de la patronal de hosteleros de Cádiz (Horeca) admite que se avecinan días duros por lo que pudo ser y lo que finalmente será. "Se nos escapa un día de fiesta", dice al referirse al sábado del partido. "A la ciudad le hubiera venido muy bien porque sabemos la cantidad de personas que arrastra un equipo como el Barcelona. La aportación estará en el hotel en el que se hospede la expedición; nada más", se lamenta Antonio de María. No tiene dudas de lo que se escapa en este puente arrastrado por el fútbol. "En condiciones normales hubiera sido un fin de semana realmente memorable. La gente se hubiera volcado llenando la ciudad con todo lo que eso significa". Tiene la esperanza de que cuando lleguen el Real Madrid y el Atlético "haya cambiado la situación". "Es la esperanza y la ilusión que tenemos para el 2021", finaliza De María.
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