De villano levantino a villanciquero gaditano

Prólogos en la Costa

Historia del poeta José Pérez de Montoro, vecino de Cádiz desde 1637 y responsable de los villancicos de la catedral vieja

Detalle de la portada de las obras póstumas de José Pérez de Montoro, edición de 1736.
Ángel Guisado Cuéllar

26 de diciembre 2025 - 06:00

Es frecuente el equívoco en el significado del término ‘villancico’ pensando que se refiere a las alegres canciones relacionadas con la Navidad, pero no era eso lo que se entendía siglos atrás. El origen de la palabra ‘villancico’ proviene de las canciones que cantaban los ‘villanos’, es decir, los habitantes de las villas medievales. Si bien es cierto que algunas eran de temática religiosa y que se repetían algunas estrofas a modo de estribillo, no era lo que hoy entendemos por villancicos. La asociación de ideas entre villancico y canción navideña se producirá a partir del siglo XVI y llegará a su culmen a finales del XIX. La iglesia favoreció el uso del villancico como herramienta de evangelización por su facilidad para ser recordada por los fieles y su carácter festivo en fechas propicias para ello. Y Cádiz tendrá su cuota de participación en el desarrollo y protagonismo del villancico a través de un distinguido vecino con uno de los más famosos creadores de villancicos del Siglo de Oro español que fue vecino de Cádiz por mucho tiempo y con una biografía que bien merece recordarla: José Pérez de Montoro.

Nuestro protagonista nació en Játiva en 1627, en una familia de linaje importante valenciano, y se trasladó a la corte madrileña donde pronto conseguirá moverse entre los certámenes literarios y ganar cierta notoriedad. Tras diez años en la corte y un accidente que le hizo perder un ojo, se traslada a Andalucía buscando hacer carrera militar. En 1637, establecido ya en Cádiz, consigue el cargo de ‘Vista Mayor’ (lo cual no deja de tener su ironía dada su discapacidad visual), de alto rango y confianza en el escalafón de los funcionarios reales de las aduanas y rentas. No cabe duda de que sus buenos contactos cortesanos le fueron de mucho provecho, encontrando un puesto remunerado y que solo era confiado a personas de probada lealtad al rey.

Ya en Cádiz se casa con la gaditana Catalina Ignacia Calderón de la Barca, hija ilegítima del contador y almojarife de las aduanas reales, Francisco de Salazar. Emparentaba así el ‘poeta-aduanero’ con una de las familias importantes de la ciudad y muy vinculadas al estamento religioso. De hecho, ingresaría en la cofradía de la Esclavitud del Santísimo Sacramento, una de las más poderosas, influyentes y ricas de la ciudad. Sin duda, estos contactos le permitieron ser designado villanciquero oficial de la catedral (vieja) a partir de 1668. Sus vínculos con la élite civil y eclesiástica de la ciudad a través de su familia política le permitirán participar en las mejores iniciativas literarias, científicas y sociales de la metrópoli gaditana. A través de la nobleza gaditana, llegó a mantener correspondencia con la mejicana Sor Juana Inés de la Cruz para debatir sobre diferentes aspectos literarios. En 1681, quizás por la famosa peste que provocó la salida sanadora del Nazareno por la ciudad, se marcha como secretario del Duque de Medinaceli a la corte de Madrid. Allí recibirá el nombramiento de villanciquero oficial de la corte dejando para la posteridad villancicos para la celebración de la Navidad o loas a felices acontecimientos de la corona. Pero incómodo con la vida en la villa y corte, decide volver a Cádiz en 1688, prosiguiendo con sus quehaceres hacendísticos, poéticos, sociales y científicos (entre otros, con Gaztañeta, Omerique, Quesada o Columbí). A pesar de su relativo éxito social, religioso y literario, José Pérez de Montoro fallece en su casa alquilada del barrio de la Candelaria el 21 de diciembre de 1694, a los 67 años de edad, tras haber recibido los santos sacramentos. Según sus últimas voluntades, fue enterrado, con oficio de medias honras, en la bóveda de la congregación del Santísimo Sacramento y nuestra Señora de Gracia, sita en el convento de San Agustín. Parece el sino de los grandes poetas estar alejados del éxito en los ahorros.

Publicación con los villancicos de la catedral vieja de Cádiz en 1689.

La obra de este gran poeta del Siglo de Oro, opacado por otros relevantes autores de su tiempo, no es sencilla de localizar. Sin ir más lejos, el mayor estudioso de su obra es un hispanista francés, Alain Bégue, al que debemos agradecerle su interés por el personaje y sus escritos.

No hay mejor forma de despedir estas breves notas sobre el villanciquero oficial de la catedral de Cádiz que con sus propias palabras -filtradas de cierta ironía gaditana entre los versos más serios y conspicuos- celebrando la próxima Navidad:

“Los alcaldes de Belén/viendo milagro tan grande/como que en un recién nacido/ pueda enmendar tantos males, /para festejar al Niño, /Oy tu Ayuntamiento hacen/ que unos vienen a ser votos, /Y otros a ser botarates”.

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