Opinión

La vergüenza era verde

Lo hemos visto en alguna película, seguro, probablemente de los Hermanos Marx. Alguien hace de fiscal y de acusado a la vez... y sin volverse loco. Claro que Groucho, se mire como se mire y lo diga quien lo diga, tenía más gracia que Romaní y que todos los miembros de la comisión de investigación creada en Aguas de Cádiz. Así que no creíamos posible que la ficción se convirtiera en realidad, más que nada porque, ingenuos o no, seguimos pensando que la vergüenza es lo último que debería perder un político. Es obvio, por su actuación y por sus declaraciones, que ni al concejal ni al PP les da vergüenza la situación irreal que supone formar parte, y tener mano, en una investigación sobre unas supuestas irregularidades en las que el primer nombre que salió fue el del edil popular. Ciertas actitudes han creado escuela.

El PP y Romaní actúan en este asunto en terreno favorable: la costumbre política española ordena escandalizarse y reclamar llegar hasta el fondo cuando los señalados son los del otro partido, y denunciar conspiraciones e intereses espúreos (les encanta esta palabra a todos) que sólo buscan desacreditar y no descubrir la verdad. No suelen hacer gala de mucha originalidad en las excusas. Este método universal político eleva interesadamente a la categoría de sagrado el axioma de que "si quieres que un asunto se diluya crea una comisión". El cinismo echa también una mano, mientras el pobre ciudadano termina aceptando las extrañas reglas de juego, y espera sin esperar a que a alguien se le ponga tan roja la cara que prefiera conservar la vergüenza, y la honra que lleva aparejada este sentimiento imprescindible.

Reírse del ciudadano, de todas maneras, debería estar perseguido, siquiera fuera en los estatutos de los partidos.

La vergüenza era verde... y se la comió un burro, decían los antiguos, esos ancestros que no eran ni más honrados ni menos que los de ahora, pero que al menos consideraban de buen tono mantener las apariencias y seguir unas reglas de juego que permitieran ir con la cabeza alta.

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