Poderoso paisaje hacia dentro
Crítica de arte
La sala Rivadavia de la Diputación Provincial de Cádiz acogió la exposición del pintor pacense José María Díez, cuya obra es de una pureza y esencialidad aplastantes
La Sala Rivadavia se abre a los paisajes de José María Díez
La pintura de paisaje ha sido, casi con toda seguridad, la gran protagonista de la expresión pictórica a lo largo de la Historia del Arte. Al artista le ha interesado dejar constancia de lo que se extendía ante sus ojos y la mirada captaba. En el transcurrir de los tiempos han existido momentos de sumo esplendor que han tenido al paisaje como protagonista y centro generador de intereses. No nos podemos olvidar del ‘vedutismo’ -veduta, vista en italiano-, aquella pintura italiana del settencento (siglo XVIII) que tuvo lugar en Venecia y con Antonio Canal, il Canaletto, como artista más representativo, que pintaba maravillosas panorámicas de Venecia, con sus palacios, sus mounumentos típicos y, sobre todo, sus canales. Era una pintura muy demandada pues, casi se podría afirmar que eran como los recuerdos que el viajero pudiente se llevaba con el esplendor que había contemplado.
Un poco más tarde llegaron los artistas de la Escuela de Barbizón, unos paisajistas que se concentraron en el pueblo francés de Barbizón y sus alrededores. Tomaban apuntes al aire libre de los serenos paisajes de la zona para, después, terminarlos en sus estudios. Los principales nombres de esta escuela paisajística, Jean Baptiste Corot, jean François Millet y Charles François Daubigny, aunque los nombres de Théodore Rousseau y Gustave Courbet estaban muy cercanos a la línea de actuación de los principales actuantes de la Escuela. Escuela de Barbizón que fue el inicio del cambio sustancial que, después, iba a producir el movimiento impresionista y su interés por el plein-air, con sus incidencias formales en el proceso de yuxtaposición cromática, lumínica y emocional. Podríamos decir que don Claudio -Claude- Monet fue el causante de que, desde él, todo el arte tuviese otra realidad y que, tiempo después, Marcel Duchamp impusiera el nuevo concepto del arte y, a partir de entonces, ya, nada fuese igual.
Valga esta introducción a la exposición de José María Díez, un paisajista paisajista; no el que se vale sólo de la naturaleza como simple motivo plástico y estético. Porque el pintor pacense es artista profundo que hace de aquello que la mirada descubre de un ente superior que trasciende mucho más allá del simple motivo pintado. José María Díez es un pintor con carácter, un pintor con criterio, con dominio, con cultura artística; sabedor de lo que tiene delante y con tal grado de saber pictórico y de sentido creativo que realiza un paisaje que superpone los parámetros de lo físico a la realidad captada, a los horizontes ilustrativos para asumir un nuevo registro donde lo trascendente del acto creativo plantea una dimensión nueva, particular y única; sello inequívoco del autor, donde la realidad del paisaje transmite parcelas de emoción que están más cerca de lo emocional y espiritual que de la sucinta piel de lo que se ve, se reconoce y la mirada hace suya para crearla y darle entidad representativa.
La exposición de la Sala del Consulado de Argentina nos conduce por un paisaje que el autor hace superior desde una fórmula plástica poderosísima: el dominio absoluto del dibujo, la fortaleza plástica, el gesto formal de rigurosa estructura compositiva. Su sentido de la composición está más cerca a las disposiciones del abstracto que a la simple materialidad realista de la figuración. José María Díez es un pintor que recurre a lo conceptual para manifestar un paisaje que es distinto, que elude las magnificencias esplendorosas de la ilustración para unificar una realidad física, con los blancos y los negros inundando de pasión creativa con las marcas inquietantes del grafito y el propio papel.
Cada obra del autor de Badajoz es una pieza perfectamente orquestada, con la gramática de la forma marcando rutas y formulando episodios significativos de gran de fortaleza formal. Son obras de una pureza y una esencialidad aplastantes; paisajes magnificados por los blancos y los negros y por las tenues y esbozadas manifestaciones de unos grises que estructuran unos fondos en un segundo plano que lejos de ofertar papeles secundarios en el conjunto de la obra, potencian el protagonismo del conjunto.
Son paisajes de interior, de intimismo; paisajes hacia dentro, llenos de suma espiritualidad, de fortaleza plástica y, también, de inquietante espiritualidad. Una exposición que nos deja el gran regusto por un paisaje lleno de personalidad y trascendencia.
Temas relacionados
No hay comentarios