La guerra más cercana

Relatos de gaditanos que vivieron, desde los dos bandos, el golpe militar del 18 de julio de 1936

José Antonio Hidalgo / Cádiz

17 de julio 2011 - 07:27

"Siempre esperábamos a nuestra madre junto a la puerta de la calle. No sabíamos de donde venía, pero siempre lo hacía en un coche de caballos. Un día llegó con la cara descompuesta, entró en la vivienda y se desplomó en una silla. A partir de ahí ya no me acuerdo de nada más". Ese día a la madre de Elena le habían comunicado en la cárcel de El Puerto de Santa María que su marido había muerto. Omitieron que había sido fusilado. José María Fernández, su padre, era el alcalde republicano de Puerto Real. Murió a mediados de agosto de 1936, un mes después del golpe militar que desencadenó una cruel guerra civil y, también, una sangrienta represión.

Hoy hace 75 años desde que una parte del ejército se levantó contra el poder legalmente constituido. Comenzaba el principio del fin de un sueño, el de la II República, que buscaba, sobre todo, la modernización, con todo lo que ello conllevaba, de un país aún anclado en el pasado. Diario de Cádiz ha invitado a ciudadanos que vivieron ese día, y los anteriores y los posteriores, a que recuerden sus vivencias de unas fechas ya trágicas que dieron paso a otras si acaso más duras. A quienes 'ganaron' y a quienes 'perdieron'.

Hay entre todos una reflexión común: que ese enfrentamiento no vuelva repetirse. Pero el sufrimiento, más entre los que perdieron y sufrieron en sus carnes la represión, es imposible de olvidar y algunos, 75 años después, reconocen que guardan y seguirán guardando rencor.

Elena estaba a punto de cumplir cinco años cuando se produjo el golpe militar. Su memoria se nutre de imágenes muy concretas y de lo que ella, con el tiempo, fue descubriendo. Porque su madre, como muchas madres que quedaron viudas, como muchas abuelas que perdieron también a sus hijos, guardó silencio. "Durante todos los años de la dictadura hubo mucho miedo. En las familias no se hablaba de la guerra ni, mucho menos, de la represión", recuerda otro de los contertulios, Rafael.

La familia de Elena no supo nunca donde fue enterrado el padre. La ironía del destino provocó que el Boletín Oficial del Estado publicase, años más tarde, una notificación de búsqueda del alcalde republicano al que se le pedían responsabilidades.

"Los falangistas, los mismos que le detuvieron el 18 de julio, llegaron a nuestra casa e hicieron un inventario de los bienes. Una de las mujeres que estuvieron allí, señora muy allegada a mi madre, le preguntó 'María ¿y alguna joya no tienes?'. Y mi madre le contestó: 'La única joya que había aquí se la llevaron ustedes".

Cádiz no sufrió los bombardeos y la destrucción física que sí arrasó muchos pueblos y ciudades del país. El horror de la guerra la sufrieron quienes perdieron familiares en los frentes de batalla y quienes sufrieron la represión por sus ideas políticas. Represión física y moral pues se alargó durante años, más allá del final de la contienda, al no dejarles a sus herederos nada, ni papeles con los que demostrar la muerte del cabeza de familia y lograr algo de sustento.

En esa situación se quedó José Luis. Florentino Oitaben era su padre. Primer teniente de alcalde con Manuel de la Pinta. Y por si fuera poco, presidente de la Sociedad de Panaderos. Y activista sindical que se ganó el odio de muchos empresarios. Y, para sentenciarle de forma definitiva, uno de los que acudieron al Ayuntamiento para desde allí defender la República. Pudo salir de la Casa Consistorial a través del tejado y el barrio del Pópulo para esconderse en casa de un amigo en Arbolí. Un chivatazo, como tantos que se produjeron esos días, acabó con él en la cárcel. Y después, en la puerta de la Caleta, donde lo fusilaron.

"Como acción aún más macabra y vengativa, allí acudió una banda de música que tocaba el Cara al Sol cantado por las mujeres falangistas, una forma de hacerle 'pagar' que a uno de sus hijos le acompañó la banda municipal tocando la Internacional". La casa de Florentino también fue registrada. En la cocina comunitaria se encontró una pistola, lo que provocó que pusieran un cartel en la fachada de la finca en el que se afirmaba que 'aquí se fabrican bombas'. Tras ello la familia se tuvo que marchar a un partidito en la calle Público.

El general golpista López Pinto, "que había obligado a bautizar a decenas de niños de gente de izquierdas, aunque a mí ya me había bautizado mi abuela en la Merced a espaldas de mi padre", le colocó de maestra de sastre en el cuartel de San Roque lo que le permitía llevar algo de rancho para alimentar sus hijos. Sin embargo, ella ya estaba derrotada y murió con apenas 39 años de edad.

Antonia es hija de Celestino Alvarado. Hace apenas unos días ha conseguido que, setenta y cinco años después, se haya incluido en el registro su muerte "aunque no hayan puesto que fue fusilado". Celestino, hombre de libros y de cultura, propietario de un pequeño quiosco de prensa en la calle Pelota donde vendía también periódicos extranjeros, fue uno de los que acudieron en defensa de la legalidad al edificio de Correos, donde apenas pudieron resistir ante el ataque de los insurrectos.

Secretario general de la metalurgia de la CNT, había proyectado con su hermanos huir en un pequeño barco desde el varadero de Puntales. Pero esa misma noche un chivatazo acabó con su sueño de libertad. A su hermanos lo mandaron a la cárcel y a él al edificio del Casino, en la plaza de San Antonio, que se había apropiado la Falange como sede. La madrugada del 26 de agosto de 1936 lo mataron junto a las murallas de Cortadura y lo enterraron en una fosa común. El tío de Antonia no tuvo mejor suerte. Lo encerraron en el barco Miraflores, que hacía las veces de cárcel, hasta que también fue fusilado.

El quiosco de prensa se convirtió en el único sustento de la familia y les permitió sobrevivir hasta 1946. Poco antes, a la madre le viene la orden de embargo de todos los bienes de Celestino. "Recuerdo a la gente llevándose los libros de casa e incluso un aparato de radio. Desde entonces, mi abuela se encerró en su propio mundo. Se quedó esperando a su hijo pequeño, muerto en el Miraflores".

Los recuerdos del día del golpe están más frescos en Rafael, el mayor de los 'perdedores' que se prestan a hablar con este diario y que tenía ocho años en 1936.

"Mi padre llegó a primera hora de la tarde a casa y nos ordenó que no saliéramos, que se había producido un golpe de estado. Recuerdo la llegada de las tropas moras, la eliminación de todos los que defendían a la república y la quema de algunos edificios, como los almacenes Valiente en la plaza de la Catedral. Y recuerdo también como iba con mi madre al Campo del Sur, con libros de mi abuelo, que era masón, escondidos bajo la ropa y los tirábamos al mar. Y cómo mi madre recorría una y otra vez todo el cementerio para ver a quiénes enterraban. Yo mismo iba con ella y jamás olvidaré como al salir del camposanto coincidió con el fusilamiento de varias personas en la propia entrada".

Como otras que perdieron la Guerra, recuerda Rafael que su familia "sufrió el desprecio de muchos, señalada por ser republicana".

Rafael tiene claro que la Guerra se inició antes del 18 de julio. Para él, desde el mismo día en el que se proclamó la II República el enfrentamiento entre las dos españas se hizo más que patente, lamentando los ataques a iglesias y conventos.

Estas acciones que superaron el más puro vandalismo callejero hasta alcanzar el calificativo de terrorismo urbano, es lo que resaltan especialmente quienes vivieron el golpe militar y los años posteriores de la Guerra Civil desde el bando 'conservador'. Ellos también hablaron para Diario de Cádiz. Aunque ni sus padres, ni sus tíos, ni sus hermanos fueron fusilados ante los muros del cementerio o a pie de las murallas, ni sus viviendas expoliadas por los falangistas, sí sufrieron el miedo de los ataques de grupos de izquierdas durante los primeros meses de la II República y tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones legislativas de febrero de 1936.

"No teníamos miedo los días posteriores al golpe, pero sí tras el triunfo del Frente Popular", recuerda Manuel, que entonces tenía cerca de 16 años de edad. "Los camiones recorrían las calles con mujeres y hombres, con sus pañuelos rojos al cuello, gritando en favor del comunismo. Nosotros preferíamos no toparnos con ellos, especialmente cuando íbamos a clase porque cada vez que veían a un joven vestido con corbata nos gritaban que éramos señoritos e intentaban arrancarlas".

Peor lo pasaron algunos comerciantes que durante estas fechas sufrieron el ataque de diversos grupos de izquierdas. Comercios de calles céntricas o de plazas como la actual del Palillero o la de Catedral fueron saqueados e incluso incendiados y destruidos. Es lo que pasó en la Catedral, donde vivía Sebastián con su familia y donde su padre, un comerciante santanderino, tenía un almacén de coloniales.

"Llegó a la zona un nutrido grupo de personas gritando contra la derecha. Atacaron algunos comercios e intentaron quemar el almacén de nuestro padre. Pero varias anarquistas que iban con ellos se pusieron delante y lo impidieron: 'A don José no se le hace nada', dijeron, y se fueron todos", recuerda. Y eso que en su casa se escondieron buscando protección monjas y sacerdotes de colegios y templos cercanos. Estos sindicalistas no olvidaban, sin embargo, que 'don José' siempre había ayudado a los necesitados y que una gran pizarra guardaba las cantidades que se le debían por productos allí adquiridos y que nunca se cobrarían, aunque él y su familia viviesen con lo justo.

Josefina y sus hermanas habían quedado huérfanas de padre hacía pocos años. También mantiene más fresca en la memoria los días anteriores y posteriores al golpe que lo acaecido esa jornada, cuando ella tenía doce años de edad.

"Me acuerdo como si lo estuviera viendo ahora cómo rodaban por la calle unos barriles que habían sacado de un almacén que había en la esquina de Sagasta con Hospital de Mujeres, y que lo habían saqueado. Pero sobre todo lo que no se me olvidará son a los curas y a las monjas vestidos de paisano. A los sacerdotes de San Lorenzo ocultándose y marchando a otras casas más seguras que el propio templo, y a las monjas del colegio sin sus hábitos. Y los tiros por Fernán Caballero, desde donde se veía El Carmen saqueado", relata Josefina. Que no por pertenecer a una familia de 'derechas' dejaron de pasar hambre y muchas, muchas necesidades.

A pesar de su edad, Manuel se apuntó sin que su familia se enterase en el Batallón de Voluntarios de Cádiz. "Hacía guardia en el castillo de Santa Catalina (que funcionaba como prisión militar) cubriendo puestos que permitían a las tropas regulares acudir al frente de guerra. Después, me embarqué en el buque Almirante Cervera también como voluntario haciendo la campaña del Mediterráneo. Capturamos muchos barcos, sobre todo de bandera griega, que llevaban suministros a los republicanos".

El barco atracó en Ferrol al final de la guerra. Una orden ministerial licenció a los voluntarios, por lo que a sus diecinueve años Manuel retornó a Cádiz y a la vida civil con el servicio militar ya concluido. "Por eso nos llamaron la quinta del biberón".

Que unos y otros perteneciesen al bando 'vencedor' y a quienes tuvieron el poder de la ciudad desde un primer momento no significa que no tuviesen que soportar hambre y miseria durante el conflicto y posteriormente. "En la guerra nuestra misión era ir al colegio y buscar comida", comenta Josefina, cuya familia apenas si tenía recursos para subsistir. Estrecheces que también sufría la familia de Sebastián pues, a pesar de ser propietarios de un ultramarinos, don José prefería ayudar a los más necesitados antes de enriquecerse, como en su momento reconocieron quienes sí asaltaron propiedades vecinas.

Todos ellos, los que 'ganaron' y los que 'perdieron' la guerra coinciden en una cosa: que no puede volver a repetir lo sufrido hace 75 años.

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