Las corridas de aniversario de la constitución cumplen dos siglos
202 años de la constitución de cádiz 3 Primera celebración
El 19 de marzo de 1814 se celebró la corrida de toros de aniversario de la Constitución de 1812 en la recién estrenada plaza de toros de madera del Campo de Santa Catalina
El 19 de marzo de 1814 amaneció sereno, había estado lloviendo la noche antes, pero el tiempo nada tenía que ver con el temporal de ese mismo día, dos años antes.
El tiempo era importante, porque había toros por la tarde. Era la primera vez que se celebraba en España una constitución con una corrida. En estos doscientos años habría muchas más, como aquella de 1869 en la que El Tato, torero favorito en Cádiz y yerno de Cúchares, perdió una pierna.
Y hasta hace poco. En Cádiz el CLXXV aniversario del código de 1812 se celebró con una corrida de toros, y su bicentenario, con una Corrida Regia en la plaza de toros de El Puerto.
Pero hace doscientos años, tal día como hoy, se celebraba la primera corrida conmemorativa de una constitución a la que le quedaban apenas dos meses de vigencia. Pero todavía era un tiempo feliz.
Un día grande para muchos, excepto para María Pina, cuyos tres hijos murieron en la guerra con el francés como soldados de Órdenes Militares. María Pina está olvidada, sus hijos no fueron americanos como los soldados Ryan de la película. Pero aquella España constitucional no la olvidó y le entregaría aquella serena mañana un premio de 500 reales.
De luto riguroso, ni se le ocurriría tampoco ir esa tarde a los toros. Tampoco iría José Adrián Caballero cuyo hijo José Manuel murió de un balazo en el castillo de Puntales. Mucho menos María Dolores Cepillo, viuda del artillero de Marina Salvador Revilla, que un 23 de julio, dos años antes, cuando ya estaban a punto de irse los franceses, murió destrozado por una bala de cañón del Trocadero.
Francisco Vides sí que probablemente iría a los toros. Estaba vivo. Perdió un brazo en combate a bordo de la lancha 17 en el Caño Zurraque. Nuestro manco de Zurraque nunca escribió un Quijote pero no por eso dejaba de ser un héroe.
A las nueve de la mañana la Diputación y el Ayuntamiento se habían encaminado a la Catedral, que todavía no era vieja, en Acción de Gracias. Luego acudieron a San Antonio, entonces plaza de la Constitución, donde la orden del día de la plaza había convocado a todas las tropas de la guarnición, una compañía de cada batallón de cada arma: reales Guardias Españolas, compañías de artilleros de la plaza y Extramuros colocadas por orden de antigüedad, Voluntarios Distinguidos, 1º y 2º de Cazadores, Batallón de Extramuros y Milicias Urbanas.
Cada uno con su música, el que la tenía. Un diarista del Redactor General anotaba cuidadosamente todos los detalles. Su editor, Pedro Ponce, tenía preparadas las cajas para un folletos de 16 páginas que leemos hoy.
Al llegar las corporaciones, la tropa rindió honores, arma al hombro, y así continuó hasta el desfile posterior. Había no pocos veteranos del asedio, como los Voluntarios Distinguidos. Tal vez por eso el orden de plaza les había asignado la mejor guardia, la de la corrida de toros: harían el despeje de plaza en orden de batalla a las tres y media de la tarde, y su banda tendría asiento para tocar en los intermedios de la corrida, como decía claramente la orden. Iban a tocar marchas nacionales.
La plaza, construida por un militar de Caballería, Francisco Laiglesia Darrac, estaba situada ante las puertas del castillo de Santa Catalina, en un campo donde se amontonaba la artillería abandonada e inutilizada por los franceses, tanto la naval como la abandonada de asedio. También había por allí no pocas balas y bolaños de cañón ordenadamente colocados en pira, que darían nombre al paraje. En ese futuro Campo de las Balas, Laiglesia que además de dueño de la plaza era empresa, y para solemnizar la ocasión, había encargado un árbol de fuegos artificiales para media hora después del festejo, que no podía ofrecer dentro de aquel coso de madera.
Los espectadores de pago sí que podrían presenciar un toro y dos jabeques de fuego, una vez terminada la corrida.
Días antes se había repartido las papeletas de toros. Durante muchos años los aficionados de Cádiz siguieron llamando "papeletona" al cartel de mano. Era la undécima corrida de la temporada, de aniversario de la publicación de la Constitución, según la papeleta. Por el Ayuntamiento, vestidos a la antigua como era preceptivo, con sombrero de tres picos, peluca, calzó corto y casaca, los ediles Edwards y Sorela.
Los toros vinieron de Utrera, de José Cabrera, e iban a ser picados nada menos que por Cristóbal Ortiz, Luis Corchado y Francisco Ponce. Hasta el sobresaliente de picadores, Pedro Ortega, era de la flor y nata de la vara larga.
Los matadores fueron Francisco Herrera Guillén, Antonio Ruiz "El Sombrerero" y un torero de Cádiz como media espada: Juan García "El Platero".
Otro periodista iba a informar de lo acontecido en aquella corrida de toros. Su artículo, que iba a ser la primera crónica taurina del Siglo XIX y una de las primeras de la historia, se publico el 22 de marzo siguiente en el Diario Patriótico de Cádiz que tiraba la Imprenta Lema. También la publicó - con alguna diferencia- en una hoja suelta tirada por el impresor Villegas de la imprenta Tormentaria, muy relacionada con el arma de Artillería. Aquella crónica periodística se titularía "Muerte al toro y Viva la Constitución".
Por aquella crónica, además de los detalles torísticos , sabemos hoy que al sargento de los Voluntarios Distinguidos -que gobernaba con su alabarda el despejo- se le "rompieron los calzones y por no traerlos blancos se le veía la carne del culo; se ató un pañuelo para encubrir la desgracia", y lo que es peor: "se mearon desde la azotea".
Al final los guacamayos tuvieron trabajo: "hubo algunos culatazos a varios majaderos", los detalles prosaicos de la pequeña historia de un gran día.
También te puede interesar