Crisis del coronavirus

"Puto coronavirus"

  • Los gaditanos saben ya para qué se puede salir a la calle y para qué no

  • La presencia militar inyecta tranquilidad en una ciudad que tarda en despertar

Una frutera de la calle Hospital de Mujeres protege su tienda y su fruta.

Una frutera de la calle Hospital de Mujeres protege su tienda y su fruta. / Julio González (Cádiz)

El sol salió pero ha sido un miércoles en el que a Cádiz le costó despertarse más tiempo de la cuenta. Había que mirar el reloj y volverlo a mirar para ver que, en un día normal, todo debería estar plagado de gente y con los comercios abiertos y las madres y padres de los niños ya de vuelta a casa o a los trabajos después de dejar a los niños en el cole.

Pero no fue así. A las diez de la mañana sí había amanecido en la Caleta y sus barcas danzaban al ritmo del fuerte viento reinante. Ellas, ni la Caleta nada sabían ni de coronavirus ni de la situación de alarma.

Sí lo sabían a la perfección Diana y Janes, una alemana y un estonio, de 26 y 29 años respectivamente, que llevan medio año viviendo en los bajos del Balneario de la Palma. Cuentan que la Policía les ha pedido que no se muevan allí durante un tiempo y que no lo que no pueden hacer es pasearse por la ciudad. "Aquí estamos bien y a salvo", nos cuenta Diana, una joven que no se corta en contar a este periódico un problema de esquizofrenia que le impide poder alojarse cada noche en una tienda de campaña, y, ahora menos que no tiene medicación. Espera un mensaje de su padres desde Alemania que le facilite la vuelta a casa, una casa que abandonó hace 3 años.

Diana, una joven alemana que vive desde hace meses en los bajos del Balneario de la Palma. Diana, una joven alemana que vive desde hace meses en los bajos del Balneario de la Palma.

Diana, una joven alemana que vive desde hace meses en los bajos del Balneario de la Palma. / Julio González (Cádiz)

Janes, el estonio, con un español muy cortito, lo que sí supo hablar fue del "puto coronavirus".

A pocos metros, con más aburrimiento que otra cosa, Ismael González, aguarda en la oficina de control del parking de Valcárcel. Cuenta que ayer entraron sólo cinco coches, pero que todos eran de servicios y proveedores. El resto de la zona de estacionamiento está ocupado por los abonados que estos no mueven el coche. "Mientras tanto, mucha radio y mucha lectura, cuenta Ismael.

Y enfrente, una facultad de Económicas y Empresariales, que parece muerta y que parece echar de menos a los cientos de alumnos que cada mañana rondan al árbol centenario.

Muy cerca, en la calle Doctor Marañón, a las puertas de la Residencia de Mayores Matía Calvo, un septuagenario fumando con intención de esperar allí a que le abran la puerta no antes de las doce o doce y media. Esa estancia innecesaria y ese cigarrillo fue rápidamente interpelado desde una ventana. Desde el cuarto o quinto piso, una señora le llamó la atención: "¡Váyase para su casa, hombre!", ¡Así esto nunca va a acabar!".

Esta misma señora contaba a este Diario que lleva varios días confinada en su casa con sus dos hijos de 4 y  10 años haciendo todo lo posible para que "esto pase cuanto antes y vemos por ahí a la gente que parece que todo esto no va con ellos". Ella se confiesa trabajadora, o mejor dicho ex trabajadora de Primor, ya que afirma que han hecho un ERTE en su empresa y "me he quedado sin trabajo". Otra de las consecuencais del "puto coronavirus" al que hacía referencia el estonio de la Caleta.

A pocos metros, Ana Domínguez Cerrato, propietaria y dependienta de la farmacia La Rosa mostró no sólo una gran amabilidad con este periodista sino que demostró su gran profesionalidad y su alta dosis de solidaridad. "Me preocupan los pacientes que tienen enfermedades mentales. Los veo cada día por la calle muy nerviosos y excitados y no sabemos cómo ayudarles". El encierro ya está pasando a todos facturas y más a los que, como estas personas a la que se refiere Ana Domínguez, tienen algún tipo de dolencia del tipo mental. Entre respuesta y respuesta sigue atendiendo a su clientela que, en su mayoría, le sigue pidiendo lo mismo: "no tenemos ni mascarillas, ni hidrogeles y ya, ni termómetros". De hecho confiesa que les llegan desde el centro de salud del Olivillo a pedirles material, "pero no podemos ayudarles".

Ese mismo cliente, Juan Antonio García, contaba a este Diario que lleva desde que todo esto empezó buscando guantes y  mascarillas. "En casa sólo estamos mi mujer y yo pero nos vendría bien a la hora de salir a la calle, pero no hay manera y por internet no me fío".

Y así, Pasquín, Corralón... La Viña no es lo que suele ser, aunque el humor tardaré en perderlo. Y, como prueba, una señora que, protegida con guantes, sacaba dinero de un cajero. Y no tardó la vecina que le pasó a metro y medio con el "anda mujé, no pagues tanto no vaya a ser que esto se vaya al carajo. A los pobres siempre nos toca pagar".

Y de allí, al mercado de abastos. Donde la normalidad parece haber vuelto y ya no son tantas las colas ni los establecimientos desprovistos de alimentos. Eso sí, una cierta intranquilidad por el rumor que corría por el Mercado Central de que dos trabajadores, una madre y una hija se habían tenido que ir para el hospital con sospechas de que podían estar contagiadas por el "puto coronavirus". Pero era sólo un rumor. Al final todo quedó en una piedra en la vesícula y que la hija iba tan sólo de acompañante. Mejor huir de la rumurología. No es una gran aliada que se diga.

Al parecer han estado llamando "al dichoso teléfono de contacto" y las ponían en espera así que optaron por tirar para el ambulatorio y, desde allí, para el hospital del tirón. Al final todo quedó en susto.

Fernando Coucheiro, desde su pescadería, contaba que ayer pensaba que la lluvia era la causante de la falta de clientes pero hoy ya, con mucho frío pero sin lluvia, los clientes siguen sin aparecer. En cuanto al abastecimiento, Coucheiro incide en que tienen el mismo pescado que suelen tener de manera habitual, "incluso lo que nos llega de importación". En cuanto a los precios nos contaba que es el mismo de siempre, "incluso algo más barato".

Tres Infantes de Marina se paseaban ayer por las calles del Mercado Central de Abastos de Cádiz. Tres Infantes de Marina se paseaban ayer por las calles del Mercado Central de Abastos de Cádiz.

Tres Infantes de Marina se paseaban ayer por las calles del Mercado Central de Abastos de Cádiz. / Julio González (Cádiz)

La presencia de tres infantes de Marina por los pasillos del mercado inyectaban algo de tranquilidad, aunque aún no la suficiente. Uno de ellos, el que parecía ser el responsable del grupo, indicó que estaban intentado tranquilizar a los comerciantes del lugar y que, de vez en cuando, se veían forzados a responder a alguna que otra pregunta a la que un Infante de Marina seguro que está más que preparado: "¡Oiga!, ¿puedo bajar a por una bombona?".

En la calle Hospitalito de Mujeres, Miriam Ruiz, de la frutería El Pomelo, se prestó amablemente a dar su testimonio a este periódico. "Ya la gente parece que ha normalizado las compras, lo de este viernes y sábado fue una locura". Pero ella sí estaba preocupada porque casada, y con cuatro hijos, de entre 1 y 15 años, dice que ya no sabe cómo organizarse para cubrir las necesidades de su familia y seguir dando servicio a sus clientes. "Me parece que acabaremos cerrando por las tardes porque a los niños los tenemos que dejar con mis padres y el otro día la Policía paró a mi madre y le dijo que no podía desplazarse". "Algo habrá que hacer".

Esperemos que todo vuelva a la normalidad pronto y en Cádiz vuelva a amanecer justo en el momento en el que sale el sol.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios