El cambio del nomenclátor de Cádiz que ganó de calle
Una historia de la Transición
Hipólito García, concejal socialista del primer ayuntamiento democrático, recuerda cómo se transformó el callejero de la ciudad en 1979 eliminando los nombres de la dictadura franquista
Hubo una época en Cádiz en la que las cartas llegaban al domicilio incluso cuando el remitente usaba direcciones distintas como señas del destinatario. Alguna familia gaditana guarda aún en vetustas cajas misivas que llegaron a una vivienda determinada de la calle Queipo de Llano pero que también lo hicieron, con diferencia de días, cuando en la dirección se hacía constar la calle Sagasta. La dictadura franquista, tan celosa e implacable en sus acciones, no fue sin embargo capaz de controlar aquel impulso popular de seguir llamando a las calles por su nombre genuino, quien sabe si como una velada forma de resistencia o como una espontánea manera de mantener una cierta tradición nominativa (ya pasó en democracia con la plaza de toros o el hospital de Mora). Y fue precisamente esa circunstancia, la que facilitó un pueblo que seguía llamando a las calles por su nombre anterior a 1936, la que se convirtió en uno de los pilares de actuación del primer ayuntamiento democrático cuando decidió transformar un nomenclátor entonces repleto de referencia bélicas y franquistas.
Recuerda aquella tarea el concejal socialista Hipólito García, cuyo partido encabezaba la Alcaldía con Carlos Díaz y apoyado en un tripartito que completaban los andalucistas del PSA y los comunistas del PCE, con la UCD en la oposición. Se podría afirmar, sin que lo diga el aquí entrevistado, que aquel sí era, como ahora tanto se califica con intención de degradar, un auténtico gobierno socialcomunista.
Sobre las espaldas de aquel ayuntamiento democrático salido de las urnas gracias a la entonces imberbe Constitución de 1978, en plena transición democrática, cayó la responsabilidad de ir transformando una ciudad que se les entregó en blanco y negro, sin apenas tonos sepias, y que aquellos políticos tuvieron que ir coloreando con los medios del momento y con las dificultades de sentir sobre el cogote las agónicas respiraciones de una dictadura cuyos rescoldos, no nos engañemos, no se habían apagado.
Y entre las inaplazables tareas de aquella corporación municipal estaba la de transformar el callejero de la ciudad, un nomenclátor que al final de la guerra civil cambió de raíz con la incorporación de nombres que recordaban, con sus rótulos en cada esquina, quienes habían salido vencedores de la fratricida contienda por si acaso alguien lo había olvidado.
Recuerda Hipólito García que se formó una comisión municipal con todos los partidos con representación en la que existió “un buen rollo”. Se trató, por tanto, de afrontar el asunto desde el consenso pero, también, desde “el sentido común”, de manera que se estableció un criterio de actuación para no dejar las futuras decisiones al amparo de intereses arbitrarios. Por eso, se decidió actuar sobre “los nombres bélicos, los que hubieran tenido un papel muy relevante en la contienda civil tras el golpe, y con la intención primera de devolver a las calles el nombre que ya tenían antes y por los que, además, se conocían por los gaditanos”. Para García, lo importante entonces era devolver el nombre a las calles y hacerlo “sin meter el dedo en el ojo a nadie, sin crispar y sin crear más problemas” de los que ya podría haber por entonces.
Así, por ejemplo, el callejero de Cádiz fue recuperando su nomenclátor de cuatro décadas atrás con algunas, pero no mayoritarias, aportaciones nuevas, Unos cambios en 1979 y otros, algo más adelante. Así ocurrió con la plaza del General Varela (Palillero), la plaza de Primo de Rivera (San Antonio), la plaza Calvo Sotelo (San Francisco), la calle Obispo Pérez Rodríguez (Fermín Salvochea), la calle Rodríguez de Valcárcel (Acacias), la calle Sanjurjo (Londres), plaza Generalísimo Franco (plaza Mina), calle Duque de Tetuán (Ancha), Queipo de Llano (Sagasta), plaza de la Victoria (plaza de la Constitución) y avenida López Pinto (avenida de Andalucía), entre otras vías del callejero gaditano.
“En la gran mayoría de los casos –explica Hipólito García–, la gente le seguía llamando igual a las calles. Nadie le decía plaza de Franco a la plaza de Mina, y eso nos facilitó el trabajo. Pudo haber algún voto en contra, algo particular, pero se hizo desde el consenso, con lógica y con criterio”.
En otros casos, como Batalla de Brunete o Héroes del Baleares, el antiguo concejal socialista recuerda que se optó por retirarle la connotación bélica: “Los dejamos en Brunete y Baleares”.
Y otro criterio uniforme se siguió en la barriada España, donde había calles como 18 de julio, y en la que se optó por darles a esas vías nombres de poetas andaluces.
Del cuidado con el que se hicieron las cosas, aprovechando ciertas circunstancias, pone como ejemplo Hipólito García la retirada de la cruz de los caídos de la Alameda: “Había que quitarla, claro, porque además estaba en muy mal estado, pero aprovechamos la reforma integral de la Alameda para hacerlo”.
¿Y se planteó en algún momento tocar el nombre de Carranza? Hipólito García es rotundo: “No. En aquel momento nos planteamos todo aquello que tenía un sentido claramente bélico, de la guerra”. El exconcejal socialista, hombre surgido del movimiento vecinal y que después ejerció cargos en la administración autonómica (fue delegado de Empleo, demostrando muchas veces un efectivo talante negociador, y de Salud, por ejemplo), matiza que ambos fueron alcaldes de Cádiz y pone un ejemplo para situar lo que, a su juicio, habría que hacer en ciertos casos con personas afines al régimen franquista: “Yo en Cádiz no le pondría una calle a Dionisio Ridruejo, pero me parecería bien que la tuviera en su pueblo. Todo esto tiene una perspectiva local que conviene no olvidar”. Y, efectivamente, una sencilla búsqueda en Google Maps confirma que su pueblo natal, El Burgo de Osma, y otras poblaciones de Soria y castellanas mantienen a día de hoy alguna calle con el nombre del poeta falangista.
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