Symi Grecia

19 de agosto 2011 - 01:00

EN los pequeños puertos de las islas griegas, al atardecer, siempre hay una barca que regresa lentamente, con un ruido sordo de motor o con el silencioso deslizar de los remos. Al timón suele haber un viejo marinero que guía la embarcación con la indiferencia del experto, y pasa entre los yates y los barcos de pesca hasta su amarradero. No se sabe de donde viene, aparentemente sin carga ni captura, pero parece oficiar un rito antiguo de contacto diario con el mar. En muchos de estos lugares, estos marineros han tornado su oficio en transportistas de turistas hacia las playas más o menos recónditas a las que la única forma de acceder, o la más fácil, agradable y lógica, es precisamente en barca. Symi es una de esas joyas griegas, anclada frente a la costa turca, que comparte su carácter de tesoro oculto con otros minúsculos pedazos de tierra como Angistri, Halki, Kastelorizo, Paxos o las Pequeñas Cícladas. Ocultos para el turismo masivo de crucero o tour organizado, no para aquel que busca los placeres retirados y en algunos casos exquisitos. Eso no libra a Symi de una cierta saturación durante las horas centrales del día, en temporada alta: es uno de los destinos preferidos para excursiones de una jornada desde la cercana y merecidametne prestigiosa Rodas, a poco menos de una hora en barco rápido. Pero cuando los excursionistas se van, a esa hora en la que antes se merendaba, la calma se abate sobre Gialos, el puerto colorido, probablemente uno de los más bellos del mundo. En torno a los cantiles se eleva un conjunto de casas de estilo neoclásico, pintadas con los colores que antaño debieron adornar los grandes monumentos de mármol de la Acrópolis, por ejemplo. Los tonos pastel de las recuperadas mansiones de los antiguos armadores y comerciantes de esponjas trepan hasta el núcleo principal de la única población que hay en la isla, lo que los lugareños llaman Horio, es decir, el pueblo. Hay gran cantidad de casas en ruinas, abandonadas por la masiva emigración que en los años 50 y 60 se llevó a cientos de miles de griegos hacia Australia y Estados Unidos en busca de mejores horizontes y huyendo de la pobreza. Estas edificaciones de piedra conocieron tiempos mucho mejores, cuando la prosperidad le venía de la pesca de esponjas y de la extraordinaria habilidad de sus habitantes en la construcción de embarcaciones. Incluso bajo la dominación otomana, esta tierra de costa árida e interior fértil mantuvo su riqueza. Pero no eran ocupaciones que casaran muy bien con los nuevos tiempos.

Hoy, Gialos y Horio están unidos por cientos de escalones que van de la vida repeinada de los propietarios de yates, los restaurantes caros y los lugares 'chic' al transcurrir pueblerino más auténtico allá arriba, junto a algunos molinos en ruinas. El turismo ha reavivado la isla, atraído no por los bloques de apartamentos y las grandes playas arenosas, inexistentes, sino por los estudios y apartamentos en mansiones rehabilitadas, la belleza del lugar y la posibilidad de usarlo como base de navegación por otras islas cercanas y por la recortada costa turca.

Symi esconde aún otra joyita, muy cerca de la capital: la aldea de Pedi, apenas cuatro casas, una capilla y muchos huertos, y una playita que es una estrecha franja de guijarros con algunas tumbonas. Se llega en diez minutos en el microbús gris, o bien dando un paseo de media hora, primero entre las coloridas casas de Horio y luego a través de olivares y viñedos. Es una bahía cerrada de aguas transparentes, y con todo lo necesario: un hotel, apartamentos tradicionales, un pequeño supermercado en un extremo y dos tabernas sobre el mar: erizos, y gambas de Symi,una especie de quisquillas o camarones del porreo. ¿Qué más queremos?

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