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Cádiz

Medio siglo amarrando cabos

  • Juan de Dios Pérez y su hijo Eduardo, dos gaditanos que llevan ya más de cincuenta años entre estachas dedicados a una profesión para muchos desconocida: la de amarrador de barcos

Juan de Dios y su hijo Eduardo son amarradores de vocación. Es una profesión casi invisible. Su tarea es ocuparse y preocuparse de que los barcos, a su llegada a puerto, queden bien atados para que nada ni nadie, durante su estancia, altere su paz y descanso.

Juan de Dios ya compartió plantilla con los padres de muchos de los amarradores que ahora laboran, día a día, con su hijo Eduardo: Pichardo, Chinita Mayor, Chinita Chico, Pepe el Tarugo. Son una familia de doce miembros, tres capataces y nueve amarradores, que miran el puerto con optimismo. Miran al puente y creen a pies juntillas que "será un antes y un después para el puerto de Cádiz y, por lo tanto, para nuestra profesión".

Y no será porque cobren demasiado. Un amarrador puede llevarse a casa unos 1.300 euros al mes, "según qué mes". "Pero el puerto es algo más que el dinero", según Juan de Dios, "el muelle es una droga".

"Siendo un chaval, salía del colegio y me venía a amarrar con mi padre". "Hice el BUP, el COU, pero, al final, tiré para el muelle. Me gusta el muelle", confiesa Eduardo, dispuesto siempre a abandonar su discurso cuando su padre, Juande, abre la boca para dar detalles de su profesión. Juan de Dios Pérez es, en la actualidad, uno de los propietarios de la empresa Amarradores del Puerto de Cádiz, S.L. Ya jubilado, a sus 71 años, sigue quedando con su hijo Eduardo, encargado de la empresa, todos los viernes en el muelle para hablar del negocio y de la familia.

"Es una profesión poco conocida, pero no es fácil amarrar un barco", según Juan de Dios. Y debe ser así. En media hora, tratándose de un crucero, el buque debe quedar atado a proa y a popa a los bolardos que les asignen desde Operaciones Portuarias. "Cada barco es un mundo y cada barco tiene un amarre".

Es un colectivo de los de 24/365. Todos los días del año disponibles día y noche. Gracias a una buena organización y a una complicidad muy bien atada, esta docena de amarradores cubre toda la actividad portuaria del muelle de Cádiz: dársena comercial, Zona Franca y Cabezuela. "Allí, en Puerto Real, los amarres son más duros y requieren más tiempo", aclara Eduardo, que intenta explicar de manera esquemática cómo se amarra un barco.

Por una parte están los lancheros y por otra los amarradores de tierra. Los primeros, cuando hace falta, le acercan al compañero en tierra el cabo con la sisga para que una pareja de amarradores encapille en un noray la amarra de proa y otra pareja, la de proa. Muchos conceptos para los que no hay escuela. "Aquí todo el que entra aprende aquí, amarrando". A la vez que Eduardo asevera tajantemente que su profesión es muy segura, comenta como Manolo Mera, otro amarrador del puerto de Cádiz, hace ya años, tuvo un grave percance en una mano que le pudo salir caro, o recuerda como un día amarrando el J.J. Síster se soltó una estacha y golpeó y dejó muy tocado uno de los muros de la Estación Marítima. "Eso sí, en España hay pocos accidentes entre los amarradores pero, cuando los hay, cuestan vidas".

Pero en este medio siglo atando cabos, esta familia de amarradores ha conocido el puerto de Cádiz con 250 barcos al mes y ahora lo conoce en un momento en el que "le cuesta trabajo" llegar a 80. Pero, ojo, aclaran que hace unos años, a bote pronto, el 90% de esos buques no superaban las 10.000 toneladas, mientras que ahora más del 70% de las naves que arriban a Cádiz superan esa cifra, poniendo como ejemplo el popular Anthemof the Seas, cuyo peso ronda las 145.000 toneladas. "Eso nos da un respiro porque cuanto mayor es el barco mayor es el número de amarradores que necesita", comenta Eduardo, que no tarda en su conversación en sacar el teléfono móvil para mostrar la foto de sus hijos Sandro y Adán. Precisamente este último ya tiene confeccionado su uniforme de amarrador. "Quiero que siga estudiando pero no me importaría, en absoluto, que se dedicara el día de mañana al amarre", señala el padre.

Pero no es todo color de rosa. Se llevan bien con todos los portuarios, con los prácticos, con remolcadores, con los guardamuelles. Hasta con la Autoridad Portuaria, a pesar de que "no quiere que nos hagamos ricos", comenta Juan de Dios, de manera cariñoso-reivindicativa. Y es que tienen las tarifas "capadas" más que congeladas. Esto es que ellos cobran por amarrar una nave de 45.000 toneladas. Lo que venga de más se paga aparte. Pero les pagan a razón de 7 euros por cada 10.000 toneladas de más que amarren. Una profesión dura, cuasi invisible, pero, ojo, la disfrutó Juan de Dios, luego Eduardo y "de aquí a ná", como dice el abuelo amarrador, el pequeño Adán.

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