Fallece la religiosa María Victoria Hernández Rodríguez de los Ríos
La triste noticia del fallecimiento de María Victoria me la ha facilitado Pilar López Jalón, aquella hermana que, hace ya cuarenta años, fue superiora, directora y profesora del Colegio de las Carmelitas de la Caridad de Cádiz. Aunque, como es natural, la muerte de esta mujer, vigorosamente vital, ha causado una honda pena a sus familiares, a sus compañeras y a sus exalumnas, el recuerdo de sus valores humanos, de sus virtudes cristianas y de sus cualidades pedagógicas ha suavizado, dentro de lo posible, la amargura de esta sensible pérdida. Hemos recordado con gratitud su singular destreza para, de manera sencilla, sin necesidad de aspavientos ni de discursos ampulosos, transmitir claros mensajes sobre la vida buena y sobre la buena vida. Hemos comentado cómo llamaba la atención su positiva, amable y apacible manera de interpretar la vida humana aplicando como claves los principios elementales del Evangelio.
Y es que su forma sencilla de vivir la enseñanza, el ocio, la diversión, la amistad y la familia constituía unos estímulos poderosos para que los demás rompiéramos aquellas ataduras convencionales que nos limitaban el ejercicio de la plena libertad evangélica y el armónico crecimiento humano integral. María Victoria ha sido y seguirá siendo una maestra, una hermana y una amiga que, sin necesidad de pronunciar herméticos discursos vacíos, abría poco a poco las puertas de aquellas clausuras tridentinas y nos asomaba a unas anchurosas ventanas por las que divisáramos el limpio paisaje de la naturaleza y por las que penetraran unos aires renovadores.
María Victoria era una mujer amable, cariñosa, servicial y generosa, que se entregó sin límites e incondicionalmente a las alumnas de diversas generaciones, ocupándose y preocupándose para que alcanzaran el pleno crecimiento humano. Por eso trabajó denodadamente para lograr que en el Colegio se respirara la atmósfera cálida de un hogar familiar. Esta es la explicación de la admiración, del afecto y de la gratitud que su figura nos generaba y la turbación, el dolor y la tristeza que su desaparición nos ha producido. Que descanse en paz.
JOSÉ A. HERNÁNDEZ GUERRERO
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