Cádiz

Emilio con todo Cádiz

Emilio López era la verdadera referencia de un Cádiz que ya no existe. Podía ser el tiempo de la nostalgia, pero con Emilio fue el tiempo del recuerdo consciente, de un periodismo auténtico y realista, sin florituras ni trucos, que él aprendió en la antigua Redacción del Diario en la calle Ceballos. Puede que entre todos los compañeros que le inspiraron fuera Agustín Merello su mejor maestro, el que le mostró el camino de las virtudes profesionales y personales que siempre puso en su vida. Tampoco se pueden olvidar sus tertulias peculiares, sobre lo divino y lo humano, con Antonio Pérez Sauci.

Emilio López era el hombre al que conocía todo Cádiz y el hombre que conocía a todos en Cádiz. Ibas con él por las calles y lo saludaban todos los que se encontraba. Y si le preguntabas, te comentaba quién era la persona en cuestión, de qué lo conocía, por dónde se movía, y todas las circunstancias personales, familiares, profesionales o de aficiones correspondientes. De modo que era como un pozo sin fondo de la sabiduría gaditana. Pues no sólo conocía a casi todas las personas de casi todas las actividades (políticas, sociales, carnavalescas, cofrades, hosteleras o lo que sea), sino que también era un profundo conocedor de las claves gaditanas, de las sinceridades y las falsas apariencias. De las máscaras que algunos se ponen, en resumen.

Emilio López fue uno de los grandes artífices de la Asociación de la Prensa de Cádiz, junto a Evaristo Cantero. Le dieron una categoría que nunca antes había tenido, y trabajaron sin ningún afán de protagonismo para engrandecerla. Emilio fue el vicepresidente perfecto. Era su puesto ideal, porque era siempre el hombre que daba el pasito atrás para no ponerse debajo de los focos. No le interesaban las pompas, las vanidades ni los protagonismos. Ni siquiera cuidaba su firma como periodista. A veces firmaba con iniciales, o no ponía nada. ¿Y qué más daba? Había temas de Cádiz sobre los que sólo podía escribir él.

Para mí fue un ejemplo del periodismo verdadero, en el que los protagonistas son siempre los demás. No contaba su vida, sino la de la gente. Emilio fue pregonero de la Semana Santa y del Rosario. Tenía su forma de ser, sus creencias, que eran las de un cristiano socialmente muy comprometido y coherente, pero nada meapilas. Lo completaba con un cierto escepticismo, a veces socarrón, sobre las cosas de doble filo que nos encontramos en la vida. Veía venir de lejos las hipocresías. Amaba a su Cádiz, pero sabía que aquí no todo es perfecto, ni mucho menos.

A Emilio nunca le gustó meter el dedo periodístico en el ojo de los demás sólo para fastidiar. Ayudaba siempre que podía. Precisamente porque era, en esencia, bueno. Pero supo ver los errores y los horrores, y decirlo. En los últimos meses ya se había retirado, por culpa de la enfermedad. Su hueco está ahí, seguirá abierto, se notará todos los días en el Diario. Lo que él contaba nadie más podrá contarlo, porque nadie más conocía a tanto Cádiz como existe en Cádiz.

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