La Batalla del Trocadero
Crónicas del trienio en cádiz
El autor considera que es uno de los hechos históricos que goza de menor reconocimiento a todos los niveles, al contrario de lo que hace Francia
Una de las acciones más heroicas y, de paso, menos reconocidas a todos los niveles, fue la intrépida defensa de la posición del Trocadero en el verano de 1823, ante la prácticamente imparable acometida del ejército de Angulema en su objetivo de tomar Cádiz y acabar con el sistema constitucional español.
Esta falta de un justo reconocimiento contrasta, y hasta choca, con la magnitud y desmesurada importancia que Francia otorgó a este hecho de armas, hasta el punto de que en París una de las plazas más conocidas es precisamente la Plaza del Trocadero, denominada así en recuerdo de este batalla. Es verdad que Francia se implicó hasta el fondo en esta invasión de España, pero, no es menos cierto, que tras la fallida aventura napoleónica, el país vecino necesitaba recuperar buena parte de su decaído prestigio internacional, aunque fuera a costa de luchar contra las libertadas constitucionales de España, caso único entonces en Europa. Incluso, el gobierno francés situó en Madrid al Duque del Infantado al frente de una Regencia con objeto de reprimir cualquier reacción liberal.
La posición del Trocadero, al igual que en la pasada Guerra de la Independencia, sin olvidar otras, constituyó un punto vital en la defensa de la ciudad de Cádiz en unos momentos en que España se encontraba sola y arrinconada por su defensa de la Constitución de 1812. Su resistencia, a la larga, resultaría imposible, no sin antes dejar su tributo de sangre con mil muertos.
Un valioso testimonio
Sobre la dramática situación para la causa constitucional española que se vivía en aquellos momentos, hacemos aquí mención a un valioso testimonio de primera mano debido al teniente Coronel de Ingenieros, Manuel Bayo, que nos dejó un “Diario”, donde, pormenorizadamente, anotó cuantos sucesos y acciones de guerra tuvieron lugar en torno a la defensa de lo que entonces se denominaba, con claro sentido estratégico, la Isla Gaditana. También añade algunos comentarios a título personal que, aunque comedidos, dejan entrever críticas más o menos veladas a la situación política y al modo de proceder, tanto de los altos mandos militares como civiles. Se trata de un manuscrito enumerado de 100 páginas, bien legibles, sin duda debido a la pluma de un amanuense, cuyo título completo es “Diario General e Histórico de las operaciones de la guerra en la Isla Gaditana, relativas al arma de Ingenieros, desde el día 25 e mayo de 1823, hasta el 3 de octubre del mismo, que por orden de S. M. la ocuparon los franceses”. Como se desprende del propio enunciado, percibimos una reprobación, sin disimulo alguno, a la actuación del gobierno constitucional, aunque encabezado institucionalmente por el monarca, habida cuenta de que no se habla implícitamente de derrota o claudicación, sino de que la caída de Cádiz se llevó a cabo “por orden de S. M.”.
Manuel Bayo y García de Prado nació en Guadalajara (Méjico) el 11 de agosto de 1782, ingresando en el regimiento de Infantería de Zaragoza como cadete en 1799, para pasar un año después como ayudante al Cuerpo de Ingenieros. Al inicio de la Guerra de la Independencia se hallaba destinado como capitán en Alcalá de Henares, marchando a Zaragoza donde participó en las tareas de fortificación durante los dos asedios que sufrió esta plaza. Hecho prisionero por los franceses, logró fugarse en 1813. En 1816 pasó a formar parte, en calidad de conservador, de la empresa de navegación del Guadalquivir, permaneciendo en este cargo con residencia en Sevilla hasta 1822 en que pidió reingresar en el Cuerpo de Ingenieros. En 1823 participó en las obras de defensa y fortificación de Cádiz e inmediaciones con motivo de la invasión de España por las tropas del Duque de Angulema. Depurado por liberal en 1826, ascendió a Brigadier en 1833 y a Mariscal de Campo en 1843. Gran Cruz de San Hermenegildo, murió en Cádiz en 1861.
Llama poderosamente la atención al inicio de su relato, que hiciera constar la decisión del alto mando de abandonar todas las obras de fortificación de Sanlúcar de Barrameda, Rota y El Puerto de Santa María, acotándose en todo lo posible las posiciones ante el incontenible avance francés, lo cual resultaba desalentador para los propios defensores. Nada más que en ese entorno de Sanlúcar a Cádiz, lugar de fácil acceso cualquiera que fuese la época del año, la mayor parte de las fortificaciones por su mal estado estaban casi inservibles y, a pesar de que se presupuestaron unos 438.021 reales para rehabilitarlas, no parece que hubiera un celo excesivo en todo ello.
Epica y arrojo ante la adversidad
A partir de aquí, uno de los episodios que más interés despertó desde los primeros momentos del asedio gaditano, fue la defensa del Trocadero, nudo vital de comunicaciones y punto clave para la defensa de las numerosas baterías que cubrían la línea hasta Cádiz.
El día 24 de junio, los franceses ocuparon Puerto Real, pero ante el fuego con que fueron contestados desde el Trocadero, hubieron de retirarse momentáneamente. Cuatro días después, se declaró el estado de sitio en Cádiz y se ocupó El Puerto de Santa María por parte francesa (6.640 hombres y 20 piezas de artillería), así como Puerto Real (3000 hombres) y Chiclana (2700). Por su parte, las tropas defensoras estaban compuestas por 394 soldados de caballería y l5.879 de infantería. Estas tropas, hasta cierto punto, estuvieron organizadas y dotadas de alguna instrucción, aunque la mayor parte eran soldados bisoños o procedentes de Milicias. Como señala Bayo, hubo que acostumbrarlos a la realidad de las operaciones militares, “familiarizando al soldado con la idea del peligro para que en un momento de empeño se portase con bizarría”.
El l6 de julio, se decidió por parte francesa romper el sitio, en una maniobra de reconocimiento que fue más una acción precipitada, casi un ataque a la desesperada, con considerables pérdidas, que, según la propaganda constitucional, alcanzaron el número de quinientas bajas, aunque también hubo considerables pérdidas españolas. El teniente coronel Bayo, desde su posición, anotó en su Diario unos treinta muertos, reconociendo, en cambio, que la pérdida del enemigo debió ser considerable “porque los tiros fueron muy acertados”
Este contratiempo para los sitiadores iría seguido de ahora en adelante por un aumento en su hostigamiento más certero hacia los sitiados durante todo el mes de agosto, escribiendo Bayo, el día 26, que los franceses “siguieron su coronamiento de la Cortadura haciendo troneras con sacos de tierra e incomodando nuestros trabajos muy de cerca”. Resultaba evidente que el sistema de trincheras diseñado se fue extendiendo hasta las inmediaciones del río San Pedro y, aunque se ordenó una nueva salida para desalojar al enemigo y construir algunas obras de contención, no se logró este objetivo, dadas las pocas fuerzas que se habilitaron. Previamente, el día 23, se había hecho saber al pueblo gaditano de una pronta gran ofensiva de los franceses por mar y tierra. Por consiguiente, los esfuerzos se redoblaron para la defensa, con patrullas improvisadas de vecinos y el adiestramiento de hombres para apagar fuego. No faltaron tampoco normas para castigar a todos aquellos que, “en esos momentos delicados y dramáticos, quisieran sacar partido ilícito de la situación.”
La caída del Trocadero
La planificada ofensiva francesa y el acercamiento a las líneas españolas, constantemente atacadas, se iba cumpliendo día a día y, sabedores los constitucionales de que el enemigo había construido un puente para pasar a la Cortadura, se dispusieron a repeler un ataque inminente en toda regla. Empezaba a resultar evidente para los franceses que el Trocadero podría tomarse al asalto, siempre y cuando se hiciera un ataque sorpresivo con la suficiente antelación como para que los defensores no tuvieran tiempo de responder. El 29 de agosto Bayo apuntaba en su Diario que el enemigo continuaba su ofensiva, avanzando por la derecha hasta la orilla del agua de la Cortadura y por la izquierda por la marisma inmediata al camino en dirección a Puerto Real. La noche anterior abrieron un intenso fuego de fusil, sobre todo contra el flanco izquierdo de las líneas defensivas, lo que unido a que también avanzaban por el derecho, hacía pensar que intentarían alcanzar la Cortadura, como efectivamente así ocurrió. Según Bayo, a pesar de la tenacidad del coronel Grasés en defender las posiciones con cargas de bayoneta, “el enemigo, habiendo atravesado la Cortadura con el agua hasta el pecho, pasó al parecer sin ser sentido hasta que estuvo sobre nuestra línea y se apoderó de ella y del Molino de Guerra, ocasionándose la confusión y el desorden que en semejantes casos es inevitable”
A partir de aquí reinó el desconcierto y, ante la imposibilidad de repeler a los franceses, el coronel Grasés ordenó la retirada a la segunda línea con tan solo 300 hombres y dos piezas de artillería. El 30 de agosto, el relato de Bayo adquiere progresivamente tientes dramáticos, pues, para colmo, “el enemigo, apropiándose de nuestras piezas, volvió algunas contra nosotros y empezó a disparar granadas sobre los que huían... Los que no pudieron embarcarse, o murieron ahogados en el fango del caño por querer salvar o fueron víctimas de los tiros del enemigo o quedaron prisioneros de guerra”. En cuanto a las bajas, aunque la guarnición del Trocadero había oscilado constantemente en torno a los 700 o 1000 hombres, en aquellas jornadas críticas se encontraban unos 2400, al confluir la guarnición saliente con la entrante, anotando Bayo que “nuestra pérdida consistió en 1000 hombres”. Seguidamente se abandonaron las fortificaciones de Matagorda tras la ocupación de su fuerte, dándose preferencia a la urgente construcción de un reducto que apuntalara el arrecife que iba de Cádiz a San Fernando. Ni que decir tiene que todo este repliegue generalizado tuvo un efecto demoledor en la moral, muy difícil de mantener ya, de aquellas tropas. Especial impacto tuvo el oficio del gobernador militar ordenando que todos los residentes en Extramuros buscasen cobijo dentro de los muros de Cádiz, debiendo previamente “quemar las casas y arrasar las huertas y vallados a la primera orden”.
En definitiva, la defensa de tan vital punto estratégico, en la que participaron no solo fuerzas regulares sino también milicianos y voluntarios, resultó tan heroica como inútil y solo contribuyó a retrasar el avance del enemigo hacia Cádiz.
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