De Cerca | Maribel Gallardo

“Amo tanto la danza que la llevo en la sangre”

  • Nacida en Cádiz, donde el Conservatorio de Danza lleva su nombre, la trayectoria de la bailarina sobre los escenarios se ha visto respaldada con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes

Maribel Gallardo, fotografiada esta semana en Jerez.

Maribel Gallardo, fotografiada esta semana en Jerez. / Miguel Ángel González

Maribel Gallardo nació en Cádiz, en la calle Trille, en 1961, pero apenas año y medio después su familia se marchó a Madrid para acompañar al padre, que había perdido su empleo en los Astilleros y buscaba en la capital de España un nuevo futuro laboral. Aquel traslado, muy posiblemente, facilitó la trayectoria artística de Maribel como figura de la danza española que se ha visto respaldada recientemente con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Recuerda Maribel Gallardo, actualmente maestra repetidora en el Ballet Nacional de España donde ha sido durante años primera bailarina, que pese a aquella forzosa huida de su ciudad natal, Cádiz ha estado desde siempre en la base de sus raíces como persona y como artista, además de contar con el añadido de que su nombre fue el elegido para nominar el Conservatorio de Danza. De hecho, rememora sus veranos familiares en Cádiz, con estancia en el partidito de su tía en el barrio de Santa María: la playa, el pescaíto frito y sus olores, los juegos con sus primos... En esta entrevista, realizada esta semana en Jerez con motivo de la estancia del ballet en el festival, Maribel Gallardo repasa su trayectoria artística, sus comienzos y, también, las dificultades vividas para llegar a lo más alto.

–Empezó a bailar desde muy pequeña.

–Con seis años. Es que en mi casa nada más que se escuchaba flamenco. Mis padres eran aficionados. Fosforito, El Beni, el Príncipe Gitano, Manolo Caracol… era lo que se escuchaba. Y en mi casa bailaba mi madre, mi abuela materna, que murió con casi 100 años y se ponía a bailar en los patios. Y mi tío Alfredo también bailó de jovencito. Y a los seis años yo quería bailar. Nos llevaron a muchas niñas a un centro cultural en Madrid, y de todo el grupo solo me quedé yo. Luego, mi padre conocía a un amigo suyo, Antonio Jareño, que estaba en coros y danzas en Madrid, y allí fui con 8 años. La gente empezó a ver que yo tenía condiciones. Mi madre me llevó con Betty, mi maestra, y gracias a ella que me becó de por vida, porque en casa éramos una familia humilde, pude estudiar.

–Estamos hablando de danza española.

–Sí, todo. Empecé con seis años zapatilla, clásico solo, y luego con ocho ya hacíamos flamenco, clásico, folklore… bailábamos en la Plaza Mayor. En la Puerta del Sol estaba la casa regional de Sevilla, Cádiz y Huelva, y allí con ocho años me presentaban los sábados y domingos como la sustituta de Carmen Amaya. Salía a bailar por alegrías.

–Habla de Carmen Amaya: ¿tenía Maribel Gallardo ya alguna referencia en el baile?

–Estoy convencida de que fue mi sangre, mi familia, mi cultura desde que yo nací, lo que en mi casa se mamaba. Además, yo quería ser flamenca, aunque al final fui bailarina. Bailo de todo, pero me especialicé más en bailarina que flamenca. Mi maestra fue la que me dijo que no me quedara solo en el flamenco, que aprendiera de todo.

–Y de eso no se arrepiente.

–No, no me arrepiento porque he sido muy feliz. Pero sí digo una cosa, que yo en mi próxima vida voy a ser flamenca (ríe).

–¿Cuándo se dio cuenta de que aquella querencia por el baile, aquella afición, podía convertirse en algo profesional?

–Eso fue con mi maestra Betty, sobre los 14 años. Ya había terminado la carrera profesional que hice libre y ahí fue cuando se estaba creando una compañía, el Ballet Folklórico Nacional que dirigía Pilar López, donde iba a estar María Rosa, Manolete, Juan Quintero, muchos grandes, y mi maestra me dijo que me presentara para ver si me cogían. Y cuando vi que me habían cogido, es cuando me di cuenta de que realmente era lo que quería… Yo sabía que quería bailar, pero no sabía que iba a empezar tan pronto a ser profesional. Por entonces, o bailaba o estudiaba, y tuve que dejar de estudiar, no es como hoy.

–¿La familia siempre apoyó?

–Mi madre…, mi padre, cuando vio que iba en serio, que después seguí con Alberto Lorca, con José Antonio, Mari Marisol… Entonces, con 15 años, pasaba las Navidades fuera de casa, y mi padre no quería. Mi madre me apoyó muchísimo.

–¿Cómo fue la relación con Cádiz desde ese momento?

–Cada vez menos, aunque mis tíos, mis primos, todos están en Cádiz. Pero es verdad que era mi madre quien hacía la unión entre todos. Ella siguió viniendo hasta poco antes de morir, que ahora hace cinco años. Incluso las cenizas están en Cádiz, como ella quería. Pero mi relación fue a menos, por el trabajo y porque yo había construido una familia en Madrid. Mi marido también baila y tengo tres hijos.

–Sin embargo, el conservatorio de danza de la ciudad lleva su nombre desde 2008.

–Bueno, eso fue… Aunque no vengo asiduamente a Cádiz, sí he venido a dar cursillos, tengo amigos, familia, pero yo no me lo esperaba. Yo mi vida la he hecho en Madrid, no en Cádiz, y de repente me llaman para decirme que el conservatorio iba a llevar mi nombre. Mira, empecé a llorar. Es que cuando te has tenido que ir, que yo no me fui, me llevaron, me arrancaron de mi tierra, de mis raíces, y siempre te queda la cosa de decir: ¡Cómo me hubiera gustado haber vivido en mi tierra, con mi gente, con mis raíces! Haber hablado como una gaditana. Yo lo he llevado dentro, y sale Cádiz en mi casa en la tele y nos sentamos todos a ver Cádiz. Me queda esa espina. Yo no decidí irme de mi tierra, se fue mi familia y por necesidad. Que te llamen de la tierra y de algo relacionado con mi profesión fue un regalo. Mira que la Medalla de Oro de las Bellas Artes ha sido mi cumbre como vida artística, pero eso fue para mí un momento único.

–Y aquel acto.

–Fue maravilloso, vino la alcaldesa, estuvo José Antonio el bailarín, mi maestra Betty, Cristina Hernando…, vino mucha gente muy querida, artistas que me apoyaron.

–¿Cuándo dejó de bailar?

–A ver, yo no me he desligado nunca porque yo sigo bailando. Cuando nació mi hija en el año 2000 era primera bailarina, y sabía que con 41 años no iba a estar al cien por cien, con tres hijos…, y es una responsabilidad muy grande estar siete horas diarias. Y decidí no dejar de bailar pero sí retomar otra parte de profesional; en vez de bailando, aportar a los demás, a los jóvenes, y me quedé como maestra repetidora. Seguí bailando a veces, seguí colaborando con la compañía. Ahora estoy con ‘La bella Otero’, que se ha estrenado hace un año y hago el personaje de la bella Otero. En mayo estaré con esta obra en Sevilla.

–¿Ese papel sirve para respirar un poco?

–Sí, claro. No me he desligado nunca, y si encima te ofrecen un personaje dentro de tu edad, bienvenido sea.

–La trayectoria de Maribel Gallardo, ascendente, queda respaldada con la medalla, pero al echar la vista atrás imagino que se recuerdan también las dificultades.

–Sí, como todos; en cada profesión hay momentos en que quieres tirar la toalla, momentos en que piensas en lo que estás haciendo, en que dudas de ti... Lo que pasa es que siempre he tenido a mi alrededor personas que han confiado en mí. La duda la tiene todo ser humano. Además, tuve una hernia discal de joven y yo creía que se me acababa la vida. Luego, seguí bailando, he tenido mis hijos aunque muy distanciados, se llevan como nueve años, y he seguido bailando. Se puede teniendo hijos, lo que pasa es que tienes que estar muy equilibrada para dar el cien por cien en tu familia y el cien por cien en tu trabajo.

–¿Alguna dificultad más añadida por ese hecho de ser mujer?

–Yo no la he tenido, soy una afortunada. Ni la he tenido dentro de la compañía, porque mis hijos han nacido cuando estaba dentro de la compañía y, al revés, he tenido mucho apoyo, mucha comprensión a la hora de recuperarme, me han dado mi espacio y he seguido bailando como primera bailarina con los tres. Las dificultades han sido a nivel personal, las dudas que a veces surgen sobre si lo estaré haciendo bien.

–Y está también la superación de esa hernia discal, ahora que se pone de ejemplo a Rafa Nadal tras su lesión...

–Sí, claro, la superé. Además, me dijeron los médicos que me olvidase, que me tenía que operar. Vine a Sevilla, al médico que operó a Rocío Jurado, y me habló de operación inmediata. Pero no me llegué a operar, estuve un tiempo de descanso y fui a una osteópata en Arcos de la Frontera, y gracias a ella pude seguir bailando.

–Hay premios que abren puertas y otros que respaldan una trayectoria, como ha sido la Medalla de las Bellas Artes.

–Sí, tengo varios premios y estoy muy agradecida por todos ellos, pero por supuesto esta medalla es otra de las cosas que nunca pensé. Siempre lo he visto como algo inalcanzable, y además uno no hace las cosas para recibir nada. Lo único que he hecho en mi vida ha sido trabajar muy duramente para poder transmitir y realizarme y superarme como bailarina y luego como docente. Cuando me llamó el ministro, Iceta, el 28 de diciembre (ríe), el día de los santos inocentes, pensé que era una broma, pero la voz era inconfundible... Lloré mucho. Y muy agradecida a la institución y a todos los mensajes que he recibido de amigos, compañeros de profesión, gente que no conocía... Además, ya tengo una edad y algún día tendré que dejarlo, pero es que amo tanto esto, la danza, que la llevo en la sangre.

–Al final, siempre habrá alguna fórmula por la que estar pegada al baile.

–Siempre estaré ligada al baile, seguro, hasta que me vaya al otro lado.

–¿Desde cuándo está en el Ballet Nacional de España?

–Desde 1981, entré con Antonio el Bailarín. Estaba antes en televisión haciendo ‘Antología de la zarzuela’, y justo entonces me metí en la escuela del ballet y poco después entré en el cuerpo de baile. Empecé con roles de solistas con Antonio y, después, María de Ávila me reafirmó como solista y luego como primera bailarina. Son muchos años, pero es que yo soy feliz aquí.

–El ballet le permite viajar por medio mundo para bailar.

–Sí, sí. Es importante poder exportar nuestra cultura, nuestros sentimientos a través de la danza a cualquier país del mundo. Y somos unos privilegiados porque es una profesión dura, como cualquier otra, pero aquí se sacrifican familias, hay una ardua preparación de siete horas diarias de clases, ensayos..., pero luego tiene su recompensa.

–¿Se entiende más la danza española fuera que dentro?

–Sí, es la verdad. Somos un país con la cultura más rica del mundo y no nos damos cuenta. Los japoneses, por ejemplo, tienen miles de compañías, de academias; yo voy a Japón y me tratan como a una reina. Primeramente, necesitamos darnos cuenta de nuestra cultura, de la riqueza que tenemos. No hay un folklore más rico en el mundo: utilizamos la escuela bolera, tenemos la danza estilizada, el flamenco, tenemos especialidades que no se bailan en otros lugares.

–¿Qué es exactamente eso de maestra repetidora? Creíamos que para repetir hay que ser alumno, no maestra...

–(Ríe). Maestra es porque imparto clases en la compañía, y los repetidores, que es una palabra que no me gusta nada, somos los que transmitimos el trabajo de un coreógrafo. Por ejemplo, viene un coreógrafo y te monta una coreografía, y tú estás aprendiendo todo, digamos que somos los ojos, el cuerpo y el alma del coreógrafo. Y cuando el coreógrafo se va, tenemos que conservar y preservar esa coreografía, no solo los pasos sino lo que él quiere transmitir. Cada día hay que repetir esas coreografías para cuando se salga al escenario, donde hay una unificación, una esencia y hay una pureza que es fruto del trabajo diario, arduo. Un trabajo de repetir y repetir hasta que esté impoluto, intacto.

–¿Cómo se disfruta más: aprendiendo, enseñando o bailando?

–Cada etapa tiene lo suyo. Yo he sido muy feliz bailando, sigo bailando, cada vez que piso un escenario me transporto. Soy muy feliz dando clases, me encanta trabajar con niños pero también con profesionales, porque ya no es el paso que hagas, es transmitir lo que quieres con ese paso.

–¿Quién le ha influido más en su carrera?

–En general, todos mis maestros. Cuando me concedieron la medalla, lo primero que vino fue una vista atrás, me pasaron pasajes de mi vida con personas que han estado apoyándome siempre y creyendo en mí: desde Victoria Eugenia, mi maestra Betty, hasta Ciro, José Antonio, Gades,María de Ávila... Y hay una persona, la primera que me hizo profundizar en mi yo, en mi interior, que fue el maestro Granero, coreógrafo de Medea. Cuando empecé a trabajar con él, yo hice la novia de Medea, siendo muy jovencita; Manuela Vargas era Medea. Ahí estaba Miguel Narros con la dirección escénica. Pero sobre todo fue, después, con el personaje de Medea. Yo he trabajado con el maestro Granero mano a mano en el estudio, horas y horas, y me permitió conocer rincones de mi yo que ni tan siquiera sabía que existían, y aplicarlos en ese personaje.

–¿Entonces Medea es el personaje y la obra que más le ha influido?

–Sí, para mí ha sido la obra cumbre donde yo me he podido realizar como artista. Siempre se ha dicho que la obra cumbre es cuando con una edad haces Medea, porque tenemos el referente de Manuela Vargas.

–¿Qué momento vive la danza en España y qué futuro tiene?

– Ojalá tuviera la bolita mágica para saberlo (ríe). La danza, para mí, siempre está viva. Llevo muchos años dentro de la profesión y siempre es un momento bueno para los artistas. Hay muchos artistas, mucho talento, muchísimo, no sabemos hasta qué grado. Hay una juventud maravillosa con ganas de que le escuchen, de que puedan transmitir. El problema es que no hay compañías, que no hay forma de subsistir con la danza. Yo tengo una hija que ha dejado de bailar. Ha mamado la danza desde que estaba en mi tripa. Se sacó la carrera, ha bailado hasta que empezó la pandemia en una compañía, apenas cinco galas… Y ella quiere independizarse y no puede vivir del arte, ha tenido que dejarlo. Y eso es muy triste. Como mi hija, muchas de su generación han tenido que dejar de bailar porque no tienen futuro. Hay mucha afición, mucho talento, pero no hay salida…. No hay compañías. Nacho Duato estaba pidiendo firmas para pedir a las instituciones que apoyen la creación de compañías públicas en todas las regiones de España, en las ciudades. Eso sería una salvación. Yo he sido feliz porque he hecho lo que me ha gustado, he podido bailar, he luchado por ello y he tenido unas oportunidades que ahora no las hay.

–¿Qué es peor, dar un paso en falso en el escenario o en la vida?

–Hombre, en la vida, porque un paso en falso en el escenario lo hemos dado todos. Yo me he caído bailando, en un paso a dos en que se me enganchó el tacón con la falda, y empecé a girar… Un pie estaba en al aire y el otro enganchado, y fui cayendo despacio aunque para mí fue un mundo. En el suelo me lo pude quitar. Cuando terminé, no se habían dado ni cuenta. En el escenario no pasa nada, eso es humano. Lo peor es dar un paso en falso en la vida, donde hay que ir con pies de plomo y tener más equilibrio que en un escenario.

–¿Cómo ha vivido Maribel Gallardo la pandemia personal y profesionalmente?

–Yo muy bien. Afortunadamente, hemos sido privilegiados los que tenemos una casa grande. Tampoco con un patio muy grande, pero al menos podíamos movernos. Incluso pasamos el covid durante el primer año. Con la compañía hemos sufrido mucho porque se paralizó todo, pero hemos hecho una heroicidad increíble. Desde el confinamiento hemos hecho dos programas enteros, el del homenaje a Antonio y el de ‘La bella Otero’. En todo el confinamiento hemos estado trabajado en casa. Incluso Rubén Olmo me propuso hacer unos tutoriales de castañuelas, gratis para todo el mundo, que están colgados en Youtube, de clases de palillos. Se hicieron vídeos de la compañía de cómo cada uno trabajaba en su casa, como seguía estirando y trabajando.

–¡Cómo le hemos dado vueltas a la cabeza!

–Sí, ya se sabe que la comodidad atrofia la mente. Estas cosas lo que hacen es desarrollar tu mente. Fíjate hasta qué punto es importante la danza que en un momento tan terrible para el mundo, lo que fundamentalmente estaba ahí, visible, era la cultura, la música, la danza, los libros…, fue una expansión en las redes tan maravillosa que yo decía: Es que no podemos vivir sin cultura. Sin la cultura, nos hubiéramos muerto todos de tristeza, y sin embargo estaba ahí. Ha sido muy duro mundialmente, pero es verdad que nos ha desarrollado otra capacidad para seguir adelante.

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