Beardo y King África al ataque
‘Diputísimo troll’
Desde el asombro –y no desde la sorpresa, que ya ni eso provoca– se contempla cómo un sujeto desde Cádiz, siempre al abrigo de la Diputación y sus comodidades, se permite repartir lecciones como si poseyera un máster en dignidad y otro en coherencia. Se llama Fernando Santiago, viejo conocido de la política local, tránsfuga en sus tiempos, que hoy combina el rascarse la ‘venia’ a dos manos con su papel de escriba a sueldo en horas de trabajo público.
No se dedica a mucho, salvo a firmar columnas y dirigir productos audiovisuales sufragados con dinero público o con la bendición del Grupo Joly, su patrón mediático. Todo desde la seguridad de un puesto en el que no se exige ni productividad ni talento. Desde ahí, desde ese fortín sin barro, se permite fiscalizar a quienes, con más o menos aciertos, sí pisan la calle, sí dan la cara y sí responden ante sus vecinos.
Fernando no da la cara. La esconde tras columnas bien financiadas, escritas con la comodidad de quien nunca se juega nada. De quien no se moja. De quien vive de figurar, no de transformar. Porque lo suyo no es compromiso, sino presencia calculada. Lo suyo no es independencia, sino supervivencia burocrática.
El relato de este personaje es sencillo: fue un concejal tan “querido” que lo mandaron a casa; productor de “documentales” tan útiles que solo sirven para justificar partidas públicas, y articulista de barra fija en medios donde no hay espacio para la crítica hacia él. Su currículum habla solo. Y lo que dice no es precisamente brillante.
A Fernando le gusta escribir cartas al espejo, repartiendo carnés de buena gestión desde su blog de autoayuda gaditana. Desde El Puerto, sin embargo, no nos tragamos el disfraz de profeta ilustrado que usa el viejo cobrador de dietas. Mucho menos cuando, resentido con la actual Junta de la APC por no concederle deseos y favores, impulsa una candidatura a su medida. Como si a la Asociación de la Prensa de Cádiz no le hubiese bastado con haberlo soportado ya en la presidencia.
A este equilibrista de su propio ombligo, superviviente profesional del sistema, lo invitaríamos –con educación y una sonrisa– a bajarse de una vez del pedestal del Muelle Guita, a tocar suelo, a recordar que quienes viven de lo público deberían, al menos, practicar la prudencia de no ir dando clases de gestión.
Porque a Fernando Santiago no lo echaron por valiente. Lo devolvieron a su hábitat natural: la oficina con nómina fija, columna semanal y cero riesgo. No vive de escribir. Vive de estar. Y de que le crean. Y para colmo, ejerce de ‘troll’ en redes sociales para llamar la atención hacia su triste figura.
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