Andalucía

"¿Pero nunca me encontraron...?"

  • El consentimiento de la familia de García Lorca abre las puertas al desenterramiento del poeta y a las investigaciones para conocer el lugar exacto en el que su cuerpo fue sepultado en un paraje anónimo

"Aquí era, seguro... Había entonces más olivos...; estarán por encima los pinos... Estos pinos no existían. Todo esto es nuevo... Aquí no hay nada más que éstos. Aquí no están nada más que el maestro de Pulianas, el Galadí, el Cabezas y éste, el Lorca. Aquí ya no hubo más..." Así mostraba Manuel Castilla Blanco al hispanista Ian Gibson en 1978 el lugar en el que él había enterrado los cadáveres de Federico García Lorca y sus tres compañeros de infortunio entre los municipios granadinos de Víznar y Alfacar. Esa localización, que Castillo Blanco había dado por primera vez al escritor irlandés doce años antes, en 1966, fue la que sirvió como referencia para, tiempo después, crear el Parque Federico García Lorca en Alfacar y alzar un monolito en su memoria y en la de todas las víctimas de la Guerra Civil. Miles de personas han desfilado por el lugar para rendir tributo a Lorca en su tumba desconocida. Hasta ahora.

Nuevas revelaciones, que no son tales, ya que fueron referidas por el investigador Agustín Penón en los años cincuenta, apuntan a que la fosa común en la que fueron sepultados Federico García Lorca, el maestro Dióscoro Galindo y los toreros Francisco Galadí Mergal y Joaquín Arcollas Cabezas podría encontrarse en realidad a unos 430 metros al sureste de donde se cree, en un paraje conocido como El Caracolar, dentro del municipio de Víznar. Se trata de un lugar de tierra blanda y arcillosa, fácil de excavar y, durante los años cincuenta, aún era fácil descubrir los promontorios que habían servido de tumbas anónimas para fusilados anónimos veinte años antes.

El testimonio de Manuel Castilla, recogido en el libro de Ian Gibson El asesinato de García Lorca, era de gran seriedad. Al fin y al cabo, Castilla había sido uno de los hombres que habían dado sepultura a Lorca y sus compañeros. "Es en este rodal de aquí", le contaba a Gibson. "En este rodal de aquí desde luego que es; más arriba o más abajo, pero en este rodal".

Castilla, que estaba preso por las fuerzas de la Falange destacadas en Víznar al mando del capitán José María Nestares Cuéllar, tenía entre sus penas de castigo la de enterrar a los muertos anónimos que los sublevados 'nacionales' dejaban en las cunetas de los alrededores de madrugada. Se trataba de muertos anónimos, personas que a los franquistas no interesaba que tuviesen un juicio legal o derecho a una defensa. Era la diferencia entre los asesinados en las tapias del cementerio de Granada y los enviados al Barranco de Víznar o a La Colonia, el caserón que servía como prisión alternativa a la cárcel de Granada y que era la antesala de la muerte. Los 'paseados' eran muertos que ni siquiera tenían derecho a ser declarados oficialmente muertos.

Manuel Castilla contó a Gibson detalles muy precisos: "Estaban medio enterrados ya y nosotros solamente teníamos que acabar de enterrarlos. Estaban medio cubiertos... Aquí están enterrados... En estos contornos... Aquellos olivuchos son del mismo olivar, antiguos. Sí, por estos alrededores..."

Sin embargo, la uniformidad del paisaje entre los pueblos de Víznar y Alfacar hace posible que Manuel Castilla hubiera confundido el paraje próximo a la Fuente Aynadamar, o Fuente Grande, con el del Caracolar. Es esta última ubicación la que los familiares de Dióscoro Galindo han pedido al juez Baltasar Garzón que sea sondeada junto a la planteada por Gibson. Ellos, ayudados por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en Granada, han facilitado incluso unas coordenadas: 37º14' 31,10'' de latitud Norte y 3º33' 0,59" de longitud Oeste.

Dos testimonios anteriores al de Manuel Castilla Blanco apuntan a esta nueva localización: los que fueron recogidos por el investigador Agustín Penón en los años cincuenta (aunque sus indagaciones no fueron publicadas hasta hace unos años por la escritora Marta Osorio en su libro Miedo, olvido y fantasía) y los que recabó el periodista Eduardo Molina Fajardo en su libro Los últimos días de García Lorca, publicado de forma póstuma en 1983.

Molina Fajardo, periodista y falangista, director del diario Patria, de Granada, había estado indagando sobre la muerte del poeta desde 1968 hasta 1976. Aprovechando su condición de hombre del Movimiento, Molina Fajardo tuvo acceso a todos los personajes directamente relacionados con la muerte de Lorca o conocedores de ella y recibió multitud de confidencias que él dejó anotadas en sus cuadernos o grabadas en cintas magnetofónicas. Tras su muerte, su familia decidió publicar todo aquel material, que era realmente explosivo por la gran cantidad de detalles que aportaba y que venían a corroborar las investigaciones de Gibson o a completar las lagunas que el hispanista no pudo rellenar por su falta de acceso a ciertos personajes.

En sus investigaciones, que incluían entrevistas grabadas con personajes como Ramón Ruiz Alonso, la familia Rosales o José María Nestares Cuéllar, que era el jefe del sector militar de Víznar, este último revela que las ejecuciones eran cometidas bien por guardias de asalto o integrantes de las conocidas como escuadras negras llegadas desde Granada. Llegaban a Víznar con los prisioneros enviados, en la mayoría de los casos, por el gobernador civil, José Valdés, uno de los personajes más sanguinarios de la Guerra Civil en la ciudad. Nestares relató a Molina Fajardo que Lorca llegó a Víznar sobre "las once y media o las doce de la noche". "Yo estaba dormido y entró y me despertó el teniente de asalto Rafael Martínez Fajardo. Iba un piquete de guardias de asalto al mando del teniente. Me dijo que llevaba orden directa del comandante Valdés para fusilar a cuatro. Uno de ellos era Federico. A mí me molestaba atrozmente esto. Lo consideraba una canallada. Y, al entregarme el duplicado de la orden, que era sólo para darme cuenta, indignadamente lo rasgué. Llamé a Manolo Martínez Bueso [un oficial a sus órdenes] para que los guiara [hasta el lugar del fusilamiento], los vigilara y presenciara la ejecución (...) Después Martínez Bueso me dijo (...) que Federico iba en pijama. Y que los habían matado en el campo de instrucción de las tropas, antes de llegar a la Fuente Grande, a la derecha de la carretera, según se va a Alfacar, después de pasado el puentecillo..."

El libro de Molina Fajardo, que fue duramente criticado en su día por sus intentos de exculpar a la Falange Española de la muerte de García Lorca (el autor culpaba directamente a Ramón Ruiz Alonso y su partido, la CEDA), incluye también una entrevista con Pedro Cuesta Hernández, uno de los falangistas encargados de custodiar a los presos de La Colonia que debían enterrar a los ejecutados. Cuesta Hernández le contó a Molina Fajardo en 1969 que a García Lorca y sus compañeros los recogió el piquete de fusilamiento sobre las cuatro de la mañana de La Colonia. El piquete lo mandaba un cabo de la Guardia de Asalto llamado José Hernández. Según relatarían horas después los autores del asesinato, García Lorca, al caer herido por una primera ráfaga, dijo "¡Creed en Dios, tened piedad!". "A nosotros nos llamaron", narraba respecto a la mañana siguiente. "No sabíamos que íbamos de sepultureros, nada más que nos dijeron: 'Váis con éstos [los presos encargados de los enterramientos] no se vayan a escapar, y le dáis sepultura a unos muertos que hay antes de llegar a la Fuente Grande, a la derecha', que fue a donde ya fuimos, y pude ver el sitio en donde estaban. Fue sobre las siete y media o las ocho cuando subimos con los masones a enterrarlos".

Sobre la ubicación exacta del lugar, Pedro Cuesta señalaba: "Pasando por Víznar hacia allá, antes de llegar a la Fuente Grande, a la derecha, en un sitio como un pozo; era algo así como un pozo alargado, pero con forma de pozo, de haber sacado de allí tierra gris; pero ya estaban los muertos en la sepultura. Los echaron ellos mismos... sería el pelotón de ejecución". El lugar al que se refiere Cuesta es el mismo mencionado por Nestares. También revelaba que la tumba podría ser fácilmente identificable porque sobre los cadáveres se arrojó la muleta del maestro Dióscoro Galindo, que era cojo.

A todos esos testimonios se unen, además, los de los habitantes de Víznar, como el narrado por Valentín Huete al presidente de la ARMH, Francisco González, en el que le explicaba que la tumba de Lorca se encontraba junto a "los olivillos que hay antes del Caracolar". González le da mucha validez a este testimonio porque mientras otras de las personas relacionados con el enterramiento de Lorca estuvieron en Víznar de forma esporádica, Huete vivió allí toda su vida y conocía perfectamente el terreno para reconocerlo.

Ahora que la familia García Lorca ha accedido a los trabajos de desenterramiento, que se ha abierto una vía judicial y que están disponibles los medios técnicos para lograrlo, el cadáver de García Lorca y de sus compañeros servirá para conocer, al fin, las terribles circunstancias de su muerte, si se trató de una ejecución sumaria con tiros en la nuca, si fue un fusilamiento a pecho descubierto o si hubo ensañamiento con las víctimas.

"Cuando se hundieron las formas puras", escribió Lorca en Fábula y rueda de los tres amigos, de Poeta en Nueva York, "bajo el cri crí de las margaritas / comprendí que me habían asesinado./ Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, /abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro./ Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron?/ No. No me encontraron... /Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, /y que cl mar recordó ¡de pronto!/ los nombres de todos sus ahogados."

Ahora le toca a su cadáver gritar todas sus cosas. Tras tantos años.

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