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Las pinturas de Abarzuza

Una especial cajita de nácar

  • Desligar Gran Teatro Falla y pueblo de Cádiz es tan inconsciente e imposible como borrar la barrera popular de Las Puertas de Tierra

LA existencia ciudadana está conformada e ilustrada por una serie de pasajes que se encuentran grabadas en la íntima conciencia de sus gentes. Desligar Gran Teatro Falla y pueblo de Cádiz es tan inconsciente e imposible como borrar la barrera popular de Las Puertas de Tierra. El teatro gaditano forma parte del paisaje cotidiano, es un trozo del alma de la ciudad, una especie de glándula que produce sustancias emocionales necesarias para el funcionamiento de una realidad social que, aquí, no tiene vuelta de hoja. Las frías exigencias estéticas no harán justicia jamás a un edificio que forma parte del entramado emocional de un pueblo. Su simple arquitectura ecléctica, sus familiares juegos de formas extraídas de la llamada arquitectura regionalista, su aparente grandiosidad, su doméstica monumentalidad tan apegada a lo gaditano son fórmulas imposibles de desligar del patrimonio sentimental de la ciudad. Eso tan de aquí de lo de los ladrillos coloraos, es un síntoma claro de la importancia de este edificio en el organigrama emocional de Cádiz y de sus gentes. Y, además, sus estancias están llenas de la historia cercana de un pueblo motivado por los compases de un sentimiento que llena una parcela muy importante de la historia de esta ciudad. En el paraíso del Gran Teatro Falla se han manifestado muchas pasiones, se han exteriorizado los anhelos íntimos de un pueblo viejo que sabe lo que hace y lo que quiere. Bajo las bóvedas pintadas de un teatro se han gestado muchas historias de un Carnaval mundano que en Cádiz es mucho más que las fechas de un calendario.

Felipe de Abarzuza y Rodríguez Arias fue un artista local, un buen pintor que dio las medidas justas de un ideario artístico impuesto desde las exultantes manifestaciones creativas de un Sorolla impositor absoluto de un credo artístico difícil de superar. Por los lienzos del pintor gaditano pasaron las formas concretas de una figuración sin excesos, donde la realidad marcaba rutas de un compromiso estético de muy ilustrativas referencias. Pero en el paraíso del teatro gaditano se iba a desarrollar otra historia, una ideal y especial composición alegórica donde se daba suelta a un patrimonio iconográfico lleno de elementos escenográficos.

Un paisaje lleno de teatralidad, magnifica un escenario que sirve, sobre todo, para completar una obra arquitectónica y que no es más que un desarrollo visual decorativo, donde se expanden episodios bellamente estructurados y que conservan todo el estilo de ese barroquismo decadente que puso de moda aquel Giovanni Battista Tiépolo y que mantiene vivas las esencias de unos episodios elegantes con un estilo triunfal y grandilocuente.

 El Gran Teatro Falla de Cádiz tenía que estar adecuadamente abovedado con una especial escenografía cercana, un ilustrativo episodio formal que recoge la entrañable esencia que encierra un edificio imbricado en la espiritual conciencia de los gaditanos. Un bello tapiz decorativo en las alturas para mirar hacia abajo.

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