En algún lugar leí que la leyenda del Ave Fénix descansaba en los descuajeringados flamencos, que bien podían levantar el vuelo al atardecer, casi ardiendo ante unos ojos vírgenes de efectos especiales y ansiosos de lo imposible. Gusta creer que una realidad puede llegar a ser lo que es su símbolo. Una bandada de aves mitológicas. O algo tan exótico como un lince: digno gato de Tartessos, al borde del pasado y, sin embargo, contra todo, vivo. Las lindes de Doñana, el parque mismo, tienen esa cualidad de paraíso, de tierra que nos mira con extrañeza a los humanos. El territorio sobrevivió cuando se lo quisieron comer los arrozales, cuando quisieron condenarlo a coto privado, como tan bien recordaba y cuenta en su ensayo Jorge Molina. Gusta creer, sí, que una realidad puede llegar a ser lo que es su símbolo. Su propio mito. Pero no hay mito que no haya necesitado de nuestra mano para sobrevivirse.

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