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Este verano he recibido el libro de memorias de Sancho Dávila Iriarte, matador de toros, doctor ingeniero agrónomo y Conde de Villafuente Bermeja. Por cierto, he colcoado estos títulos en el mismo orden que a él le gustaba. En la dedicatoria me desea que el libro me guste y me llama "primo" aunque en puridad era primo hermano de un primo hermano mío, Sancho Dávila García de Sola. Pero lo cierto es que hay veces en las que a un primo hermano de un primo hermano, por el trato, se le aprecia más que a un primo real y ese puede ser el caso de Sancho Dávila el guapo, como le decían para diferenciarlo del otro Sancho Dávila, mi primo real.

Entre las mocitas de aquellos años, había quien decía que los adjetivos no eran correctos y muchas preferían, como guapo, a Sancho Dávila García de Sola. Volviendo a Dávila Iriarte, tiene mérito que fuera doctor ingeniero agrónomo y que hubiera comenzado debutando en una plaza de toros el 8 de agosto de 1966. Por aquella época ya había ingresado en la escuela técnica de Madrid y entregó el proyecto final de carrera el mismo año de su alternativa, el 18 de marzo de 1969, en las Fallas de Valencia.

Pagó su tributo de sangre el mismo año de su alternativa. Tuvo una grave cogida, que le afectó a la columna vertebral. Ha dado diferentes conferencias y yo destaco que pregonó la Semana Santa de Santiesteban. Ha titulado sus memorias como "Mi vida inventada" pero me parece que nada de lo que cuenta en su libro sea un invento, ni siquiera una exageración.

Entre mis recuerdos de esta familia está haber compartido el toldo en la playa Victoria, porque veraneaban en Cádiz en un piso de la condesa madre, en la calle Ancha. Madre e hija eran dos bellezas y la hija se casaría con Javier Arauz de Roble, mi compañero, abogado del Estado.

Las memorias de Sancho llevan por cierto un preámbulo en el que figura Eduardo Dávila Miura, primo hermano del autor de sus memorias, que le agradece su entrega y generosidad.

Con todo lo que cuento resulta que por rememorar una historia que conocía me ha quedado sin espacio para otros comentarios, como es la actuación de su padre como presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), cuya ejecutoria en el cargo fue abrir la mano a los jugadores extranjeros, convencidos de que el fútbol, más que una actividad deportiva, era un espectáculo. Por eso autorizó la importación de jugadores extranjeros y a partir de ahí vinieron a España Di Stéfano, Kubala, Puskas y Rial, entre otros. Estuvo cuatro años de presidente de la RFEF, sin sueldo ni percepción alguna.

Merece la pena leer estas memorias porque yo aquí no tengo espacio para detallarlas más en profundidad.

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