Fútbol El Cádiz CF, muy atento a una posible permanencia administrativa

Yo te digo mi verdad

Herencias universales

Me llama la atención el cabreo generalizado que tenemos contra las ayudas que se dirigen a los menos favorecidos

Aún no sé si estoy a favor o en contra de la propuesta de Sumar y Yolanda Díaz conocida como ‘herencia universal’. Y no lo sé porque no me la he estudiado bien. Pero me ha sorprendido, si bien relativamente, la rapidez con la que una gran parte de esta sociedad la ha descalificado a las primeras de cambio, es decir como yo probablemente sin haber sopesado bien los pros y los contras o más bien dictaminando de inmediato que sólo tiene contras.

Pero lo que llama mi atención es el cabreo generalizado que tenemos contra las ayudas, subvenciones o subsidios que se dirigen a los menos favorecidos, como si lentamente este país que se proclama católico hubiese mudado su sensibilidad desde la misericordia hacia el designio calvinista, que más o menos viene a proclamar que los pobres lo son porque se lo merecen o no han luchado bastante por salir de la pobreza, y que por eso mismo los ricos son bendecidos por Dios.

El trabajador medio, el empresario medio, el autónomo medio tiene en su cabeza una irritación por el hecho de lo que consideran ‘regalos a los vagos’ mientras ellos se parten el lomo trabajando para sacar adelante a su familia. Eso no les impide reclamar como un derecho el auxilio del denostado Estado si las cosas les van mal.

Es cierto que mucha gente se aprovecha de la generosidad de esta forma de justicia social y que en demasiados casos (uno solo ya es demasiado) las ayudas se gastan en caprichos superfluos, o los que las reciben han hecho trampas para obtenerlas, pero no oigo la misma protesta si algunos hablan de eliminar el impuesto a las herencias, al patrimonio o a las sociedades por muchos beneficios que estas tengan y muy poco que repartan, o consideran que poner un impuesto a las grandes fortunas es poco menos que un pecado.

Ya, ya lo sé, he tenido que oír demasiadas alusiones a mi idealismo ingenuo, e incluso tengo que soportar que los que más me quieren digan que estoy fuera del mundo real, que no sé cómo son las personas. Sin embargo, no logro inculcarles que mi pesimismo es mayor que el suyo, que no pienso que la maldad esté en los ricos y la bondad en los pobres, sino que esa condición humana simplemente está mucho más repartida, y a partes iguales, entre unos y otros. Pero el sistema prestigia y comprende mucho más a los primeros que a los otros, de manera que aquellos serían listos y éstos simplemente aprovechados.

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