Crítica de teatro

Todos somos Ricardo

La compañía Teatro Bárbaro, durante su actuación en la sala Central Lechera.

La compañía Teatro Bárbaro, durante su actuación en la sala Central Lechera. / lourdes de vicente

Yo tenía un Ricardo hasta que un Ricardo me lo mató tiene como telón de fondo una inquietante premisa: todos podemos ser Ricardo III, el arribista, cruel y manipulador personaje del drama de Shakespeare. Puede que al público le cueste asumir tal presupuesto, aunque lo entiende perfectamente cuando conoce el contexto en el que se ha creado y desarrollado el montaje. Estamos frente a un grupo mexicano del estado de Chihuahua, un extenso territorio que soporta una de las situaciones de violencia más extremas del planeta.

Frente a la información, a veces lejana y descafeinada, que nos ofrecen los noticiarios y los periódicos sobre México, Teatro Bárbaro nos presenta la realidad desnuda y en primera persona. Todos los componentes del grupo han vivido de cerca situaciones violentas y juntos han decidido ponerse en marcha para denunciarlas con el arma que mejor manejan: el teatro. Su arte es un arte combativo, intenta mover conciencias, transformar la sociedad apelando a la solidaridad.

Tras el prolijo prólogo en el que una de las actrices detalla la historia de la compañía y otro preámbulo en el que otra de las componentes del grupo cuenta al público cómo se gestó la obra, nos adentramos por fin en la representación, configurada como una sucesión de escenas en las que los actores van desgranando terribles historias cotidianas de secuestros, asesinatos y extorsiones. Con estos relatos se interpela directamente al público para crear un ambiente de intimidad y complicidad.

La propuesta establece un paralelismo entre el Ricardo III de Shakespeare y estas historias reales, pero entre los apabullantes monólogos del famoso drama asoman, se enredan y ganan la partida los soliloquios que delatan la violencia presente en las calles, en las casas, en los comercios y en las empresas de Chihuahua capital o Ciudad Juárez.

En propuestas como ésta, de marcado carácter reivindicativo, resulta difícil alcanzar el equilibrio entre los elementos de denuncia y los puramente dramáticos. En este caso, el componente social gana claramente la partida. Los actores realizan un trabajo cercano que busca la implicación del público, al que invitan a sentarse en escena e incluso le ofrecen comida. En gran medida consiguen su objetivo, aunque tal vez la experiencia se alargue demasiado.

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