Crítica de teatro

Los otros

Una escena de la última propuesta teatral de La Zaranda.

Una escena de la última propuesta teatral de La Zaranda. / jesús marín

La Zaranda es un clásico del FIT de Cádiz, un clásico también de la escena española. Su larga trayectoria de cuarenta años avala un trabajo concienzudo, depurado, personal y valiente. Con Ahora todo es noche (Liquidación de existencias), insisten en su particular manera de entender el teatro como medio de indagación social y personal, de búsqueda de un lenguaje poético de gran fuerza dramática.

Ahora todo es noche reflexiona sobre 'los otros', las personas sin techo ni futuro, a los que nadie se quiere parecer, con los que nadie se quiere comparar, a los que el sistema ha puesto al borde del precipicio. A los personajes de la obra la vida los ha llevado por un camino sin otro destino que la soledad y la locura. La Zaranda nos invita a mirar de cerca, a ponernos en su lugar, a sentirnos uno de ellos. Como de costumbre, lo hace desde el humor y desde la ternura, pero también mordiendo conciencias.

La compañía ha optado por ofrecer pocas sorpresas en la concepción del espacio escénico, que se sustenta en una serie de objetos cotidianos que cobran múltiples sentidos: un carro de supermercado que se convierte en banco o en túnel, una mesa de operaciones que puede ser el mostrador de una casa de comidas para indigentes, un cubo de basura que se transforma en cañón; y maletas, siempre las maletas. Algunos recursos dramáticos sorprenden, como esos golpes secos entre dos objetos con el que marcan el final de algunas escenas. En la representación del pasado jueves en el teatro Falla, las reminiscencias carnavalescas eran inevitables.

Ahora todo es noche mantiene cierto paralelismo argumental y estético con el anterior montaje de la compañía, El grito en el cielo. Los dos se centran en personajes a los que la sociedad ha apartado, por viejos o por mendigos, con un punto irónico que hace reír al público, a veces con una sonrisa franca y a veces de medio lado, con cierta amargura.

En esta ocasión, sin embargo, la propuesta da un giro importante a mitad de la representación. Un actor lo admite en escena: si no se puede resolver el drama, habrá que inventar un argumento. El argumento no es otro que la propia capacidad del teatro para crear vida, para insuflar aliento a personajes con vocación de eternidad, capaces de redimir al hombre en su finita existencia.

La Zaranda vuelve a hacer una obra de La Zaranda, que en esta ocasión termina con una elocuente declaración de intenciones: "La Zaranda vive". Y por muchos años.

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