Carnaval

La vida tras la lona

  • Conocemos a algunos de los aficionados que mañana serán los primeros en adquirir las entradas para el Concurso de Agrupaciones tras varias jornadas en la cola

La vida tras la lona

Un organismo vivo habita tras la lona. Un ser formado por otros seres, nacido de la natural solidaridad que sólo funciona en las pequeñas comunidades. Un ser con su cabeza y su cola, con sus leyes y sus necesidades, con sus leyendas y su historia. Y su fe, claro. La que se predica cada año en el Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalesca. Un organismo vivo se mueve tras la lona, tras los plásticos, tras los toldos, tras cualquier material que sirva de telón para separar dos realidades, dos tiempos. La rutina apresurada del asfalto y el ritmo que se ralentiza visto desde una silla de playa plantada en un suelo de cartón. Dos realidades que sólo podrían convivir en surrealismo absoluto en dos lugares, el ficticio Macondo garcíamarquesiano y la terrenal Cádiz. Y ellos, los seres que dan vida al gran ser, lo saben.

Un mago-hipnotizador, una fotógrafa, una estudiante de Lingüística, un parado que teme que mañana (¡mañana abren las taquillas!) lo llamen para formalizar la prestación, una ama de casa entregada madre y suegra y “el culpable de todo esto” (la primera persona que plantó bandera en la taquilla del Estadio Carranza) son algunos de los creadores de ese gran ser vivo que es la cola para adquirir las entradas para el próximo Concurso del Falla.

Seres que ayer quizás estaban, que hoy, igual no y que mañana estarán a buen seguro. Y es que tras la lona la realidad es también cambiante. Mismo escenario y diferentes actores (la vida misma) para representar un día tras otro la misma obra cuyo guión sólo se altera cuando los medios de comunicación metemos hocicos, cámaras y micros entre las rendijas por donde entra el frío y la rutina.

“¡Nadie está aquí seis días! Lo lógico es hacer turnos, y por muchas razones, para poder irte a casa a asearte, para no pegarte una paliza y para poder ir a trabajar o a estudiar o a lo que cada uno haga. Nosotros, por ejemplo, hacemos cuatro turnos de seis horas”, cuenta Mariángeles, de Sevilla, “como la madre de esta zona”, ríe la señora mientras ayuda, junto a efectivos de otros campamentos, a colocar la tela de estampado militar que traen las recién llegadas a la fila , que no a la experiencia, Carolina (Chiclana, 6 años acampando para el Falla) y su amiga de San Fernando (segundo año haciendo cola y propietaria de la tela, mejor dicho, casi propietaria..., “oye, que cuando yo termine mi turno me llevo esto que es de mi hermano que se lo lleva a las maniobras”).

Rápidamente, aflora la solidaridad inherente a la vida tras la lona. “Bueno ya se buscará algo. Por lo menos no va a llover como aquel año cuando la cola estaba en el Falla”. “¿El año de ‘Los válidos’? ¿Usted estaba?”. “¡Bueno que si estaba! Que me entraba el agua, niña, mira por aquí por la manga del abrigo mientras cogía el paraguas... Que mi hija estaba dentro viendo al Canijo...” “Bueno, bueno... Yo no dormí esa noche, toda la noche de pie también con el paraguas para no mojarme, y pa ná...” Ea, ya está hecho. Mariángeles y las chicas nuevas, ya se comportan como amigas de toda la vida.

En íntima reunión, la que proporciona una baraja de cartas y la maña con la brisca y el mentiroso, Antonio (Sanlúcar), Jesús (Tarifa) y José (Chipiona) dejan escapar el mediodía en la cabecera de la fila. “¿Tú quieres saber quién es el culpable de todo esto?”. “Sí, sí, díselo”. Antonio nos reserva su mejor sonrisa de medio lado y le devuelve la pelota a sus compañeros de timba: “¡¿Y qué les iba a decir?! ¿Ustedes qué hubierais dicho?”. El asunto es que Antonio, muy jovencito y con unos días libres por delante, no se iba a quedar este año sin ver “a Martínez Ares” ni “a Juan Carlos” así que el pasado martes se plantó en la taquilla. “Vino la Policía y le preguntó que si estaba esperando para comprar entradas. Y el nota les dice que sí y le sueltan el regalito”. El regalito al que se refieren, a dos voces, Jesús y José son las vallas que dan forma a la cola. “Claro, eso ya dio el cantazo, la gente empezó a echarles fotos y nosotros las vimos, vamos, nosotros y todos los que están aquí al principio, así que éste fue el que puso nervioso a todo el mundo y el que arrastró para que este año nos pusiéramos tan pronto aquí”, ríen los jóvenes que tampoco pasan más de dos noches seguidas a la intemperie. “Turnos, turnos, como todo el mundo. Es lo suyo para lavarse y descansar”.

Mantas, nevera “para los refrescos”, un colchón “que me lo han prestado aquí en la cola” y sillas componen el hogar de la primera persona que tendrá en sus manos las ansiadas entradas para el Falla. Un mobiliario que se repite y perfecciona en el recorrido por la piel del gran ser moteada por casetas de campaña, bricks de zumos, paquetes de patatas fritas y papel de plata.

“Y todo estos cartones que están en el suelo que los he traído yo”. Una cara ciertamente familiar para los habituales del teatro en Concurso atiende a la partida de los chicos mientras entra en conversación. Miguel Ángel Santander, de Conil, es una de esas figuras reconocibles casi a diario en las primeras filas del patio de butacas y ya se explica: “Pues llevo 17 o 18 años poniéndome en la cola para coger entradas”. Todo un veterano en estas lides que defiende a capa y espada la dignidad del certamen de coplas –“todos los que estamos aquí estamos haciendo cola para ver un evento cultural”– y regala unos cuantos consejos desde la experiencia –“el pijama siempre debajo de la ropa, los cartones en el suelo que aíslan el frío, buena organización con los amigos para los turnos, para comer están muy bien los menús de los bares de aquí alrededor del Estadio y dormir siempre tirado, nada de en la silla que eso es criminal”–.También asegura Miguel Ángel que entiende “a los vecinos de la zona” por la molestia que puedan causar los habitantes de la cola. “Somos muchos y, quieras que no, algo de ruido se hace pero ahora con los dos servicios que ha puesto el Kichi esto ha pegado un cambio para mejor con respecto a otros años”, defiende. Con unas cuantas colas a sus espaldas, Álvaro y Laura, mago-hipnotizador él, fotógrafos profesionales ambos y custodios durante esa jornada del campamento que comparten con seis amigos, picotean mientras interactúan con sus móviles (“que cargamos en el Burguer King”) durante la tarde en la que el sevillano espera “encontrar a dos o tres voluntarios para hacer un espectáculo de hipnosis aquí para los que estamos en la cola”, propone el fundador de Ilusionar-T que va y viene de sus bolos en Sevilla al gaditano Estadio Carranza en estos días.

“¡Hazle un truco de cartas a la chavala!”, Antonio que ya ha terminado la partida aparece por los dominios del mago y comienza la demostración que suma también a Cristina, una onubense que reside en Cádiz desde hace cuatro años, los que lleva estudiando Lingüística en la UCA “y los años que llevo poniéndome en la cola para las entradas”, ríe.

Álvaro da siempre con la carta. “Y este año con las entradas, que el año pasado nos quedamos a un grupo de coger las de Martínez Ares”. El gran ser se alimenta de la fe tras la lona. Los habitantes entran y salen dando tumbos entre dos realidades. Y la vida sigue a ambos lados incluso mañana.

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