comparsa

Un don nadie

El tipo. Justicieros que luchan contra las alimañas de la sociedad. las coplas. Se esconden en la oscuridad para vengarse de "los malditos canallas" que nos rondan por las calles, violadores con "alzacuellos y sotana" que "abusan impunemente de chiquillos en la infancia" y "alimañas que roban desde su sillón" y que acabarán "comiendo de la basura y durmiendo en un rincón". Ahí quedó la presentación. No dejan títere con cabeza. Al grupo le pierde la pasión en los pasodobles, en los que se excede tanto en la potencia -además de los porrazos del bombo para tirar de él- que la música, ya de por sí plana, se pierde desde el trío y hasta su final, además de numerosos problemas en la afinación. Se vengan en el primero de los pasodobles de todo lo que rodea al Carnaval, desde una prensa que sólo valora los apellidos -creo que también los repertorios-, el meadero en el que se convierten las calles, la gente que compra entradas sin saber lo que es un pasodoble -¿de verdad?- o autores que escriben letras por dinero en vez de decir la verdad. Se toman la justicia por su mano. En el segundo, apelan a lo sentimental y cuentan un cuento de princesas "con dos cojones para afrontar su miedo" y vencer al cáncer de mama, una "bruja malvada". No convence la forma de tratar el asunto, más allá de su fondo. Los cuplés no consiguen hacer daño con una borrachera en una cena de empresa, en la que se beben un Ribera, que es el hijo de la Pantoja, y al chiste de que en Cádiz podríamos tener unos Juegos Olímpicos porque tenemos los cinco aros. El popurrí acaba desconcertando por los sucesivos giros que da la letra entre el piropo y la crítica.

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Puntuaciónes COAC / Miguel Guillén

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