Provincia de Cádiz

"Volveré a esconderme"

  • Los enfermos mentales que se reúnen en el centro de Afemen ven con pavor la posibilidad del cierre, que supondría un regreso a la soledad

"Si cierran esto, volveremos a casa,a meternos en la cama, a escondernos, a fumar todo el día, a darle vueltas a malas ideas en la cabeza". Desde que a Miguel se le diagnosticó su enfermedad, hace ya ocho años, ha tenido tres intentos de suicidio y numerosos ingresos en la unidad de agudos por crisis. "Llegó aquí no sabes cómo. ¿Cómo llegaste, Miguel?Miguel era un cero, se quedaba ahí, con la cabeza entre las manos sin decir nada y mírale ahora, mira cómo está mi Miguel", dice Elena con orgullo, la monitora del taller de Afemen de manualidades en Jerez. Unas complejas manualidades, casi malabares. Hace tiempo que por la cabeza de equilibrista de Miguel no pasa la idea del suicidio.

Miguel, que era encargado de obra antes de que se desatara la tormenta en su mente, está manejando ahora con soltura el torno y va explicando la maquinaria que hay alrededor. En este taller de carpintería y ebanistería se hacen milagros de muy diverso tipo como hacer un tocador de señoras de un mueble inservible o conseguir que Juan Carlos vaya por primera vez en su vida a comprarse solo, con su amigo Miguel, ropa al Corte Inglés.

Juan Carlos sonríe al recordar la tarde. "Era para la Semana Santa", explica con concisión. Siempre había sido su familia la que le compraba la ropa, no siempre de su gusto, pero era mejor eso que tener que lanzarse al mundo él solo. Ahora se lanza al mundo él solo cada mañana. Sale de su casa a las ocho y media y recorre la media hora de caminata hasta el taller. Allí le esperan sus tableros de ajedrez y esas piezas en las que trabajan que representan símbolos del vino. El rey y la reina son muñecos de Tío Pepe perfectamente labrados, el alfil es un venenciador; la torre es una caseta de Feria. José Luis García Morales, vicepresidente de Afemen, la asociación provincial de familiares de enfermos mentales, confía en que los tableros se conviertan en estuches para botellas de vino y que las bodegas los compren para enviar sus regalos y que... Miguel le corta: "No des tanta información, a ver si nos roban la idea. Antes hay que patentarlo". Blas García, gerente de la asociación, le da la razón a Miguel, del que dice que tiene "la cabeza muy bien amueblada".

Afemen tiene un millar de socios, centenares de usuarios y un tremendo agujero en sus cuentas que pone en peligro la viabilidad de uno de los centros de atención más avanzados de toda Andalucía. Afemen retrata la situación de la enfermedad mental en la región, cuya reforma psiquiátrica se ondeó como la bandera del nuevo tiempo. El fin de los manicomios, el principio de la integración. Ahora, los recortes condenan a enfermos de toda la región al regreso a casa, al ensimismamiento, al deterioro. Ni Miguel ni Juan Carlos quieren ser uno de ellos, Juan Carlos no quiere darle vueltas al coco, no quiere fumar tanto. En 2010 la asfixia económica obligó a cerrar el taller once meses. Miguel y Juan Carlos dieron zancadas hacia atrás. "Me costó volver -recuerda Juan Carlos-, había vuelto a meterme en casa y no querer ver a nadie. Aquí estoy bien, veo todos los días a los amigos".

Blas García incluso aporta teoría económica. "A Juan Carlos, con la terapia en el taller, le han reducido la medicación. Es un tratamiento caro, más de 300 euros al mes, que en parte costea el SAS. Eso es ahorro. Ahora veamos cuál es el coste de una cama hospitalaria. ¿Hace cuánto que Juan Carlos no tiene una crisis? Hace mucho. Eso es ahorro. Y esto son 10.000 euros al año . No se ahorra con los recortes, se ahorra gastando con inteligencia. En Oncología hacen falta costosas máquinas para combatir el cáncer, en salud mental la tecnología son las personas, los profesionales, esa es la inversión rentable".

Es un chiste muy común en Afemen decir que los 'locos', en realidad, están fuera, los que nos han llevado a esta situación. En el taller de relajación del primer piso de esta sede central más de una veintena de enfermos realizan ejercicios tumbados en colchonetas. Otros juegan al dominó, un tercer grupo trabaja en murales de chillones colores. Fuera, en el patio, junto al campito de fútbol en el que se celebran torneos entre los enfermos,, un usuario, en silencio, con un pitillo colgando de la boca, trabaja en un lienzo en el que retrata la orfandad de un barrio de Jerez, el de San Benito, sembrado de baches.

En este club social, así lo llama Juan, el monitor, conviven desde personas muy deterioradas a enfermos que crecen en su recuperación y se convierten en monitores de sus compañeros. Todos los usuarios forman parte de una ageneración posterior a los psiquiátricos. Ninguno de ellos ha pisado nunca un manicomio. Ahora viven con el miedo de regresar a otro manicomio, el de la soledad.

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