La tribuna

Jose Manuel Aguilar Cuenca

Matar a la pareja del mismo sexo

EN el mundo en el que vivimos la candidez debería estar subvencionada. Y no porque sea un valor a fomentar, sino por lo escasa y limitada a ciertos sujetos, que nadan en el dogma que todo lo filtra, esos que usan gafas edulcoradas que les permite ver el mundo desde el punto de vista del todo o nada, cancerbero que impide entrar el análisis y la crítica, siempre vestida en tonos grises continuamente cambiantes.

Tras la reciente noticia del asesinato de un homosexual en Adra (Almería), supuestamente a manos de su marido, la Confederación Española de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (Colegas) ha denunciado que la actual Ley de Violencia de Género "no protege a todos por igual". Semejante alarde de deducción ha venido acompañado de las declaraciones de la vicepresidenta de la asociación, Rosa Ortega, que criticó que los gays y las lesbianas "no pueden acogerse a la actual ley para obtener el alejamiento de su parejas en estos episodios ni pueden acceder a los centros de acogida" y que "sólo desde una visión sesgada e irreal cabe renunciar a que gays y lesbianas estén protegidos dentro de la actual Ley Integral de Violencia de Género".

Finalmente, la representante de la asociación hizo un comentario sobre las declaraciones del delegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente, que al referirse al luctuoso hecho argumentó que había que distinguir entre esta tipología criminal y la que afecta a otros colectivos. Sin embargo, para Ortega, es "inconcebible" no asimilar la violencia en las parejas de lesbianas y gays a la llamada violencia de género o machista.

El problema está servido. La citada ley ha sido elaborada exclusivamente para un constructo ideológico determinado, no para solventar una situación habitual y sangrante en la convivencia de pareja. Esta ley no pretende proteger, y por tanto no actúa, cuando el protagonista de la violencia es un hombre contra otro hombre, ni una mujer contra su pareja mujer, del mismo modo que no ampara al hombre víctima de su esposa o compañera. La Ley discrimina -y por tanto deja fuera- a esa víctima no por ser homosexual, sino por ser varón. Del mismo modo, si el hecho hubiera sido protagonizado por una pareja de mujeres, la ley no les ampararía por el mero hecho de que la actora es una mujer.

Asunto distinto es el hecho de que se reclame equiparar que la violencia en parejas del mismo sexo sea similar a la violencia de género o machista. Siguiendo el constructo teórico, la violencia de género es el resultado del secular dominio que el hombre realiza sobre la mujer. El problema viene dado en que en una pareja de mujeres la ausencia de un cromosoma en forma de Y es un hecho palmario. Si aceptamos que no es necesario ese gen, estaríamos aceptando entonces que la violencia en la pareja sería una construcción independiente del sexo, lo que llevaría a plantearnos entonces qué utilidad tiene la ley.

La violencia en parejas del mismo sexo es una realidad. Cuando un profesional se encuentra en esta situación, junto a las secuelas que en cualquier ser humano sufre por ser violentando -independientemente de su sexo-, se han de sumar la presión social y familiar. No es infrecuente que un homosexual agredido por su pareja se encierre en casa para no tener que dar cuentas de los moratones, del mismo modo que es recurrente atender a una mujer destrozada psicológicamente a causa del acoso moral al que la somete su mujer. Desde hace muchas décadas es un tabú - otro más- que rodea a estos ciudadanos.

En una revisión de 19 estudios sobre violencia doméstica homosexual, la revista Clinical Psychology Review concluyó que casi un tercio de las parejas con miembros del mismo sexo registraban violencia física, alcanzando casi el 50% en los casos de parejas lesbianas, siendo menor el porcentaje en parejas de hombres. Estos datos, juntos con los de otras investigaciones, apoyan la hipótesis de que no sólo existe violencia en parejas del mismo sexo, sino que incluso podría ser superior su presencia en este tipo de parejas a aquellas cuyos miembros son de sexos opuestos.

Las parejas del mismo sexo, miembros de pleno derecho de nuestra sociedad, ciudadanos que merecen el respeto de todos, han encontrado que las gafas prestadas no son suficiente para comprender el mundo que nos quieren vender, viéndose desamparadas al igual que el hombre que es agredido por su esposa, el niño por su madre o el anciano por su cuidador. Pareciera que la realidad se resiste a etiquetarse en función de los parámetros ideológicos del momento. Seguiremos sentados, viendo pasar la realidad bajo el puente, mientras nos siguen diciendo lo que no ocurre.

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