La tribuna

manuel Ruiz Zamora

La reconquista

POR ingenuidad, por comodidad y también por cobardía la democracia española ha permitido tácitamente que, durante todos estos años, Cataluña se convirtiera en el coto privado de caza de su burguesía autóctona, una burguesía que, como todo el mundo sabe, ha sido históricamente la más incompetente, la más depredadora y la más corrupta (y también la más franquista) de toda España. "Muy bien, -me podrá objetar algún alma cándida- pero si habla usted de burguesía, ¿qué pinta entonces una fuerza como la CUP involucrada en el llamado desafío secesionista?". Son los lacayos proletarios, buen hombre, los eternos traidores de clase que tan bien identifica la historiografía marxista, los esbirros de la clase dirigente, siempre prestos a apuntalar, por unas cuantas migajas, los privilegios de sus amos y sus ambiciones expansionistas.

Pues bien, después del fracaso morrocotudo del órdago soberanista tan sólo queda una salida: la reconquista. Una reconquista democrática, naturalmente, una reconquista que restaure el imperio de ley y que recupere para la ciudadanía un espacio público secuestrado por el discurso único y excluyente de una grotesca mitología gregaria. La bestia sabe que está herida y va a revolverse llena de rabia: a cada uno de sus zarpazos sediciosos habrá que contestarle con la aplicación desacomplejada de la legitimidad democrática. Y a los partidos estatales habrá que recordarles que, tal y como han puesto de manifiesto las urnas en Cataluña, nadie va a perdonarles ya ni contemporizaciones circunstanciales ni indefiniciones interesadas con respecto al nacionalismo. Libertad, igualdad, fraternidad, he ahí la única fórmula posible para cualquier acción política futura con respecto a Cataluña.

En los próximos meses el presidente del Gobierno va a intentar sobornarnos. El concepto que Rajoy tiene del ser humano coincide aproximadamente con el que tiene de sí mismo: una criatura que, contraviniendo el credo con el que tantos comulgan en su partido, sólo de pan vive. En términos filosóficos, a Rajoy podría definírsele como un materialista esperpéntico. Pues bien, a este político que, mal que le pese, tiene que bregar con la política, habrá que preguntarle: si usted renueva su mandato: ¿qué medidas va a tomar para que se cumplan las leyes en Cataluña? ¿Va a seguir consintiendo, por ejemplo, que ese submarino de la discriminación al que han bautizado con el obsceno nombre de inmersión lingüística siga navegando aguas en las que debería imperar el respeto por la diversidad y el derecho, reconocido por la Justicia, de educar a los niños en la lengua oficial que cada padre elija? ¿Va a continuar practicando su proverbial tancredismo en relación a la conversión de las escuelas catalanas en academias del odio y fábricas de independentismo?

Más patético, si cabe, es lo de nuestro ilustre líder de la oposición, cuya irrelevancia política se ha puesto una vez más de manifiesto en la euforia con la que ha acogido el hecho de que su partido, otrora la primera fuerza política en Cataluña, no haya desaparecido. En la historia de la democracia española el PSOE habrá de cargar, entre otros, con dos ominosos descubiertos: haber convertido el sistema de enseñanza de nuestro país en uno de los más ineficaces del mundo desarrollado y haber servido de legitimador ideológico de las ambiciones del nacionalismo más reaccionario. Pues bien, no contento con la interminable sucesión de fracasos de su partido, el nuevo clon de Zapatero se ha decidido a perseverar en las mismas líneas políticas que están a punto de reducirles a la condición de insignificante nota a pie de página en el libro del populismo.

A estas alturas de la película, ya no es posible estirar más el chicle de la confianza que muchos ingenuos, por una serie de burdos complejos antifranquistas, le otorgamos un día a los nacionalistas. Han sido muchos los agravios, las deslealtades, los insultos más groseros. Como dice el cantante senegalés Lluis Llach, sólo podremos liberarnos si tiramos fuerte de esa estaca clavada en el corazón de la democracia. Así pues, que no nos cuenten más el cuento de la tercera vía, que no ofendan más a nuestra inteligencia con groseras equidistancias entre quienes representan ley y quienes la vulneran, que no intenten engañarnos con impresentables contradicciones en los términos, como la que representa esa expresión chirriante de federalismo asimétrico, apenas una burda cobertura para seguir legitimando la insaciable ansia de privilegios de un narcisismo de paletos. Ahora ya sabemos lo que hay detrás de todas las alharacas que han movilizado la credulidad de la cabaña lanar de la feligresía nacionalista: la última y más desesperada tentativa de unos pícaros taimados para eludir las acciones de la justicia.

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