Cultura

Franconetti actuó en el Teatro Variedades

  • El mítico cantaor acudió al desaparecido coliseo gaditano en 1867, según consta en el Archivo Provincial

La verdad es que ignoramos cuántas veces exactamente viniera a cantar a Cádiz el gran Silverio Franconetti, considerado la máxima figura del cante de su tiempo incluso por el mismo don Antonio Chacón, que cuando le escuchaba, le tiraba la capa y el sombrero, y que cuando murió pidió que le enterraran con una foto del que consideraba su maestro. Por lo que parece, debieron ser bastante numerosas las veces que Silverio vino a Cádiz, pues aquí logró hacerse amigo personal de las principales figuras del cante gaditano. Especialmente de Enrique El Gordo, al que decía querer "como cosa suya". Siendo muy conocida aquella seguiriya, recordando a su amigo, y que improvisó, una vez muerto Enrique: "Por Puerta Tierra no quiero pasá / que me acuerdo de mi amigo Enrique / y me pongo a llorá".

Pero sí pudimos documentar fielmente una de sus actuaciones, al encontrar hace años, en el Archivo Provincial, una instancia por él firmada en la que solicita permiso al Gobernador Civil, para poder celebrar dos conciertos en el llamado Teatro Variedades, existente en 1867, en la calle del Laurel, número 3. Un año antes, había cantado en Madrid, ante la corte de Isabel II. Decía Fernando Quiñones, que el papel de Silverio, en el mundo del cante flamenco fue semejante al de Paquiro en el toreo, y al de Johann Sebastián Bach, en la música clásica. Un papel puente entre dos épocas del flamenco.

Los lazos de Silverio con Cádiz fueron numerosos. Aquí fue donde destempló por seguiriyas a María Borrico, en una fiesta pagada por él, cuando vino de América, sin que nadie lo reconociera hasta que lanzó su estremecedor grito seguiriyero, y aquí fue donde, según 'Demófilo', padre de los Machado, le nombraron "rey de los cantaores" de entonces.

Indicando como domicilio el de la calle Enrique de las Marinas, número 31, establecimiento tipográfico La Paz, a cargo de Manuel M. de Luque, también ubicado en Bendición de Dios, número 4, podemos casi asegurar que el cantaor redactó allí la solicitud para dar las dos funciones, careciendo aún de fonda o pensión, para pasar en Cádiz aquellos días de sus dos conciertos, que pedía celebrar el 26 y el 29 de septiembre de 1867, en el local del teatro Variedades. En esta tipografía seguramente habría encargado algunos carteles o folletos anunciadores de dichas funciones y, a lo que parece, por la letra de su firma y la del resto de la solicitud, la instancia -escrita en papel timbrado de la época-, parece que debió ser redactada por una persona distinta, tal vez por el encargado de la imprenta, limitándose el cantaor a firmarla. Una vez en el Gobierno Civil, la solicitud pasó para su reglamentario informe a la Inspección de Vigilancia, lo que ésta haría favorablemente.

No tenemos noticias del resultado artístico de aquellas dos funciones que organizó Silverio en el teatro y fecha que hemos indicado. Lo más seguro es que ambas resultaran un éxito, pues de sobra es conocida la seguridad que el artista sevillano tenía en sus cuerdas vocales, la misma que le hacía desafiar a los cantaores locales cada vez que actuaba en cualquier pueblo, ofreciendo mil quinientas pesetas a quien lo hiciera mejor que él. Y si había quien lo hiciera mejor, ese no era otro que Tomás El Nitri, ganador de la primera llave - no de oro- del cante, pero que nunca quiso que le escuchara su rival, porque decía que le podía copiar su forma de cantar. Así que Silverio nunca escuchó a El Nitri que cantaría igual o mejor que él posiblemente. Nunca lo sabremos, porque ambos no dejaron grabaciones, aunque nosotros conocimos a quien afirmaba que el de Sevilla llegó a grabar algún cilindro de cera. Afirmación aún por demostrar.

Otra cuestión muy curiosa es que -al igual que sucede con Enrique El Mellizo- de Silverio tan solo se conoce una única fotografía, como es también el caso de Enrique El Gordo. Por lo visto, los flamencos de aquellos tiempos no eran muy amigos de ponerse delante de un retratista, para que su vera efigie pudiera pasar a la posteridad. Así que tan solo les hemos podido conocer físicamente por una sola imagen. Y para rematar esta evocación, el apodo de Silverio era 'El Rano', por ser más bien chaparrito; mientras que el de El Mellizo no era otro que el de 'El Buen Mozo', como le conocían en los ambientes taurinos; ya que, aparte de cantar genialmente, siempre se buscó la vida como puntillero en distintas cuadrillas. ¡Habría que ver juntos a Silverio, más bien bajito y rechoncho, y a su amigo del alma Enrique El Gordo, más alto y mucho más orondo, paseando por el barrio de Santa María, una noche de juerga de aquellas que ambos se debieron correr en Cádiz, más de una vez!

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