Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Pablo y Pedro
En casa de mi padre la Transmediterránea formaba parte de la familia. Aunque su primer barco fue el Arraiz, de la Naviera Vascongada (donde era el único maqueto entre los oficiales), al cabo se pasó a la Trans, como él llamaba a la compañía, al Villa de Madrid, cuya imagen preside el cuarto de mi casa donde paso las horas. Es lo único que he heredado de él, aparte de los recuerdos, las fotos y el Atleti. Navegó en muchos barcos de la Trans, el Plus Ultra (que hacía una ruta Cádiz-Sevilla e iba a carbón y a petróleo, metáfora que usaba mi padre con frecuencia), el Ernesto Anastasio con el que hacía la ruta Barcelona-Guinea con escala en Cádiz y Las Palmas (de esa época mi casa estaba llena de objetos de ébano y marfil), el Ciudad de Alicante que cubría la línea Málaga-Melilla, el JJ Sister que hacía Cádiz-Canarias, incluso transportó en su barco tropas para Sidi Ifni en medio del conflicto con Marruecos. Al frente de esas tropas que embarcaron en el muelle de Cádiz iba un oficial que luego llegaría a coronel, don José Pettenghi. Mi padre llegó a ser delegado nacional de los oficiales en el sindicato vertical. Luego dejó de navegar y tiempo después se enroló en Isnasa para hacer Algeciras-Tánger con el Punta Europa. Ahí era cuando él decía que ya no era marino, que se había convertido en taxista. Terminó su carrera cuando apoyó una huelga (Miguel Alberto debe acordarse) que le valió un duro enfrentamiento con uno de los dueños de la compañía, Sayalero, que le despidió meses antes de su jubilación. Solía venir a Cádiz a reparar, donde se hizo amigo del capitán de dique, Bingen Garaizar, otro vasco para cerrar el círculo. En la época gloriosa de la Trans se veía como algo normal que oficiales y tripulantes hicieran pequeñas operaciones de contrabando. Decía mi padre, “el contrabando es el único delito que no es pecado”. Tenía sus pimpis en diferentes puertos que le introducían el tabaco o lo que fuera menester. El más famoso de Cádiz era el Ancoco, que vivía en la calle Mirador. Contaba mi padre que en el Ernesto Anastasio iba un cura que hacía contrabando de tabaco ocultando la mercancía tras el altar de la capilla. En aquella época los carabineros se llevaban su parte del negocio. Al llegar a Barcelona dio la casualidad que los que estaban de turno no habían cobrado, subieron a bordo y descubrieron el alijo escondido en el altar, a lo que clamó el cura: “¡Milagro, milagro!”. Una lástima que desaparezca el nombre de Transmediterránea, ya que la compañía como tal desapareció cuando se integró en Acciona. Ahora Balearia va a retirar el nombre.
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