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De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Al rojo vivo

El debate del aborto está alcanzando cotas inéditas de crispación, y eso es lo mejor que nos podía pasar como país. Era una vergüenza que tuviésemos aquí 300 abortos al día y que unos y otros -con pocas y heroicas excepciones- mirásemos para otro lado. La palpitante discusión actual dignifica a casi todos, también a los partidarios del aborto, porque qué menos que dar algunas explicaciones cuando uno defiende ciertas cosas.

Yo me alegro, además, porque el encendido debate favorece la causa de la vida. Primero, porque permite poner sobre la mesa los argumentos científicos que hoy por hoy demuestran sin género de dudas que cada embrión es un ser humano irrepetible. Segundo, porque aflora lo biográfico. Cuántas historias felices de abortos que en el último momento no se realizaron, arrepentimientos que las madres consideran lo mejor de sus vidas; frente al amargo dolor de tantas que, con frecuencia presionadas por las circunstancias, abortaron. Hay que luchar, se concluye, contra esas circunstancias.

En tercer lugar, las explicaciones de los abortistas, a poco que se ponen a darlas, terminan mostrando la cruda ideología que los sostiene. En defensa del aborto eugenésico se están oyendo insultos terribles a los discapacitados, a los que se considera indignos de vivir, si puede evitarse a tiempo. Hay un darwinismo salvaje, al que conviene que todos le veamos la cara. Y hay insultos muy violentos a los defensores de la vida: la diputada Beatriz Escudero está siendo amenazada por los abortistas, incluso con violarla, y a su hija. Por supuesto, la mayoría de los partidarios del aborto no cometen esas atrocidades, pero ha de hacerles pensar hasta dónde llegan sus más concienciados correligionarios.

Desde el otro bando, han producido escándalo algunas declaraciones, especialmente las del ministro Fernández Díaz. Pero casi mejor: la sociedad tiene que entender que, para muchos de nosotros, el aborto siega vidas tan dignas como cualquiera otras. Vivir en un Estado que ampara esa práctica nos produce problemas de conciencia y dudas sobre su legitimidad, que están bien que afloren y se confronten. Se llama tontos a unos, nazis a otros, y más cosas. Con una última barrera de mínima urbanidad, la cuestión lo merece. Es de justicia que nos destrocemos dialécticamente cuando a miles de fetos los destrozan -sin metáfora, consulten los métodos aplicados- en sus vientres maternos.

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