de todo un poco

enrique / garcía-máiquez

Una reforma curiosa

SE me adelantó, como suele, José Aguilar al comentar las alucinantes declaraciones de Duran Lleida en las que confesaba que no podría dejar la política porque entonces: "¿De qué viviré y de qué comeré? Los pobres profesores ganan muy poco. No tendría suficiente". Y se quedó el hombre tan pancho. "Pobrecito ese señor, piensa que el pobre soy yo", le tararearía por Facundo Cabral. Pero cuidado, que, como se lo explique bien y lo entienda, todavía me suben los impuestos. Lo esencial del asunto ya lo dijo Aguilar: uno de los problemas de nuestra democracia es la cantidad de políticos echados a perder por la buena vida. Como no piensan irse ni por asomo, hacen y harán lo que sea al servicio del líder, del partido, de las encuestas y de lo políticamente correcto. Todo por la pasta.

Una solución interesante y, en todo caso, divertida, utópica, pero en el sentido crítico de Tomás Moro, sería que los políticos cobrasen exactamente lo mismo que en sus trabajos de la vida privada; y que su sueldo ascendiese o se congelara según las vicisitudes del de sus colegas. Quien sea profesor de secundaria, eso; quien notario, lo suyo; quien parado, el paro; quien nada, el salario mínimo interprofesional. Naturalmente, ello implicaría que no todos los diputados cobrasen lo mismo, pero si por ese extremo se vulnera el principio de igualdad, no se vulneraría con respecto a los administrados. Que somos más y, por tanto, la igualdad sería, en realidad, más auténtica y extendida. Se cobraría según la formación y la profesión. La política dejaría de ser un ascenso automático, contante y sonante.

Puede objetarse que eso la haría más atractiva para las personas de mayor cualificación, pero no tiene por qué, porque ellos tampoco ganarían más; y, por otro lado, si así fuera, mejor para el país, que tendría una clase política más preparada y experimentada. Con una vocación de servicio, sin duda, más neta y acrisolada y, desde luego, con menos barreras de salida. A los únicos a los que no les traería cuenta dedicarse a la política sería a quienes no tengan ni oficio ni beneficio, o por muy jóvenes o por irremediablemente incompetentes. Con lo cual, menos ellos, saldríamos ganando todos, además del ahorro.

Y quién sabe si no empezarían a preocuparse algo más los señores políticos de los salarios de los demás. Si se instaurase, profetizaba yo una inmediata conciencia social en todos los partidos.

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