Su propio afán

Enrique García-Máiquez

El pito del sereno

07 de septiembre 2025 - 03:06

Aingenuidad no me gana nadie. Por eso, yo también me escandalicé mucho al ver la apertura del año judicial con todo un imputado sentado en la presidencia, junto al Rey. El Fiscal General del Estado, tan serio, tan solemne y tan imputado, mandaba el mensaje, más allá de su discurso, de que esto no hay por donde cogerlo.

Pero era un mensaje redundante. En el fondo, escandalizarse es de superficiales. Si Illa, correveidile del presidente del Gobierno, ha ido a rendir pleitesía a un fugado de la justicia, procesado en rebeldía, amnistiado a medias y desinmunizado ya del todo, podemos esperarnos cualquier cosa.

La solemnidad y la seriedad de la apertura del año judicial, todos tan de negro, no parecía ni de luto. Está muerta una justicia cuyas sentencias a los poderosos no se cumplen; y que los políticos no solamente esquivan, sino que se toman como el pito del sereno.

Verdad que con nosotros, ciudadanos de a pie, funciona como un reloj y no hay multa o recargo que no llegue puntualísimo, pero, como saben muy bien los cariacontecidos jueces, esa eficacia, por contraste, contribuye a su desprestigio. Se expande sobre el Poder Judicial la marca del abusón. Lo pone al nivel de la telaraña, que coge angustiosamente a los animalillos más pequeños, pero se quiebra al paso de los grandes. Que ha sido así desde los tiempos de Anacarsis, sabio escita del siglo VI a.C., me podría objetar María Pombo o cualquiera, porque es cita sabida que no necesita de muchísima lectura, que además repitieron Quevedo, Montesquieu y Swift, y que salta a la vista. Sin embargo, hemos de reconocer que pocas veces como ahora –con los Pujol, el indulto, la amnistía, los ERES y toda la pesca– ha estado más clara la naturaleza de telaraña de la ley.

Así las cosas, rasgarse las togas o las vestiduras porque García Ortiz, Fiscal General & Imputado, estuviese allí mano a mano con el Rey exige un ejercicio muy grande de inocencia. Yo lo hago, porque la ingenuidad es lo penúltimo que se pierde, pero reconozco también que es un buen retrato del estado siniestro de nuestro Estado de Derecho. Casi lo tendríamos que agradecer como una marca de “hasta aquí llegaron las aguas”. Deja claro lo oscuro. La justicia ha tenido una apertura de justicia poética, sección epigrama o sarcasmo. Ajustadísima. Ajusticiadísima.

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