
La colmena
Magdalena Trillo
Machos alfa
Hay algo profundamente español —y paradójicamente católico— en el perdón interesado. Es un país que convierte a villanos en santos con un par de rezos bien puestos y un golpe de pecho al borde de la urna. Y ahí tenemos a Pedro Sánchez, ese político que hoy carga con la cruz de sus propios pecados: errores de cálculo, mentiras flagrantes, promesas incumplidas y pactos con Judas de todos los colores.
El catálogo de sus faltas es extenso. Dijo que jamás pactaría con Bildu y ahí están, dándose palmaditas. Prometió regeneración y hemos visto más bien reciclaje de sillones. Abrazó la bandera del feminismo para acabar tolerando la chapuza de la ley del “solo sí es sí” que soltó violadores a la calle. Todo esto, como si nada. Porque España, como buena parroquia, confiesa en la taberna y absuelve en la urna.
Pero Sánchez, lejos de renegar de su vía crucis, se nos presenta como un Lázaro moderno: lo entierra una moción, lo resucita una investidura. Lo lapidan las urnas europeas y vuelve, demacrado y con gesto de mártir sufridor. Se confiesa ante la nación: "He reflexionado, he escuchado a mi mujer, a mis hijas, a mi perro si hace falta", y ahí va el pueblo, a creérselo. Si Barrabás se ganó un pase VIP al cielo por arrepentirse en el último suspiro, ¿quién nos dice que Pedro no se redimirá en Moncloa entre incienso y urnas?
La fe política de este país es otra contradicción sagrada. El católico de derechas vota con un rosario en la mano y la cartera en la otra: le preocupa la moral, pero aún más que el IBI no suba. El católico de izquierdas hace lo propio, pero con la conciencia tranquila: el pecado de corrupción se lava con un plan de igualdad y un bono cultural. Total, todos roban. La diferencia es quién reparte después.
Mientras tanto, el Partido Popular, ese partido que mira por el retrovisor a su derecha, sufre su propio dilema de fe. Pierde un 13% de votantes que se van a confesarse con Abascal —el nuevo inquisidor— mientras rasca apenas un puñado de almas del PSOE desencantado. El PP grita “corrupción” con un rosario en la boca, pero olvida que sus pecados pasados se escribieron en Génova 13.
Pedro, como buen pastor maquiavélico —más Maquiavelo que Mateo— sabe que aquí el arrepentimiento funciona. Se desmaquilla, adelgaza, posa en familia como Cristo con corona de espinas. Si hace falta, se deja traicionar por sus Judas de confianza para volver a presentarse como víctima. El católico español le perdona, reza por él y, llegado el momento, le vuelve a dar su voto. Porque el pecado, bien gestionado, siempre es rentable.
Dentro de dos años, cuando toque renovar el vía crucis electoral, no se sorprendan si Sánchez asciende de nuevo al Olimpo del Parlamento. Habrá confesado, habrá llorado, habrá prometido rectificar. Y la parroquia de España, tan crédula como cínica, volverá a comulgar con ruedas de molino. Que Dios nos pille confesados.
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