No se me olvida

13 de septiembre 2025 - 03:05

Lo peor en política es la insignificancia, peor que decir tonterías. Pasar inadvertido es un drama, cosa distinta es que las cosas que un político diga sirvan para sus fines. Vivimos un tiempo en el que la mayoría de los políticos dicen pamplinas, Rufián, Puente o Mellado llaman la atención en sus extravagancias. El panorama es desolador en todos los ámbitos, nacional, regional, provincial y local, desde Pedro Sánchez a Feijóo, pasando por Juanma. Quizás ese sea el motivo por el cual Felipe González y Alfonso Guerra llamen la atención, aparte de que se les destaca cuando sus opiniones no coinciden con las de su partido, muchas veces por aquellos mismos que cuando mandaban no los soportaban. Aunque no se me olvida qué hicieron en sus momentos de máximo poder, cuando hablan suelen decir cosas interesantes, aunque muchas veces no coincida con sus puntos de vista o piense que se hayan convertido en el referente para la derecha española. Curiosamente muchos de los que los odiaban ahora los elogian, paradojas. A mí me interesan Nicolás Sartorius, Antonio Gutierrez, Joan Coscubiella, Eduardo Madina, Josep Borrell, Jordi Sevilla, Carlos Cuerpo, Cayetana Álvarez de Toledo, Espinosa de los Monteros o, más cercanos, Teófila, Román, Barroso, Pacheco y Miguel Arias. Y echo de menos a Juan Pérez y a Rafael Garófano. Con muchos de ellos no coincido pero no dejo de apreciar la inteligencia de sus puntos de vista. Escucho con atención a Alfonso Guerra pero no se me olvida el caso Juan Guerra que, como lo definió Jorge Semprún en Federico Sánchez se despide de ustedes, es la unión de un despacho oficial, el hermano del vicepresidente y el lucro privado. Si le prestan atención es idéntico al caso de Begoña Gómez. Escucho a Felipe y me acuerdo de cómo nos dio coba con la OTAN. Recuerdo cómo un vicepresidente de la Diputación, ya fallecido, tenía sobre su mesa un listado subrayado de quienes habíamos firmado manifiestos contrarios a la Alianza, para acometer una purga, que empezó echando a Quiñones del despacho que le había dejado el presidente, El Altillo de Padilla, y a mí me mandó a galeras cuatro años por obra y gracia de Alfonso Perales sobre quien ha caído un manto de silencio, como era de prever. Aquellos años 80 trajeron la modernidad, Europa y muchas reformas necesarias. “Que España funcione”, dijo Felipe. A la vez se creó una red clientelar formada por gente que parasitó la administración solo por tener carnet del partido. En aquella época si eras de las Juventudes Socialistas podías colocarte en el Ayuntamiento, la Diputación o la Faffe, por decir algo.

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