La esquina
José Aguilar
Solipsismo en palacio
Siempre se aprende algo en las cenas de Nochebuena cuando no son los cuñados quienes dirigen la conversación. “No conozco a nadie de izquierdas, ni en el instituto ni entre mis amigos”. Había dado por hecho que el giro a la derecha era más vigoroso entre la gente más joven, pero esa aseveración sin matices de Ana me sorprendió. Cuando yo estudiaba en el mismo curso que ella, había una o dos personas que se definían de derechas en todo el instituto, era tan inusual esa filiación que a uno de ellos lo conocíamos, por su soledad política, como Paco el Facha. Como todo lo suyo, Umbral tituló como una provocación sus Memorias de un niño de derechas en un tardofranquismo donde la cultura era de un monocromo rojo. Ahora el partido nacional populista encuentra sus mejores legiones entre los jóvenes que votarán por primera vez en 2026, y hasta en Extremadura hay una clara mayoría de derechas, el 60% de los votos fueron a parar o al PP o a Vox, cuyo líder grabó un vídeo promocional con los atuendos y la caballería de los juandiegos de Los santos inocentes.
No es que España fuera de izquierdas, siempre se ha balanceado entre tonos, algunas veces de modo suave como el péndulo que agota su fuerza y otras, violenta, como esos cacharros de feria donde los chavales terminan hasta heridos. Las primeras elecciones generales de la Transición las ganó un partido que se definía de centro y que estaba liderado por cachorros que se habían amamantado en el régimen franquista, pero a partir de los ochenta un fenómeno llamado Felipe González conquistó para el viejo partido socialista todos los rincones de las administraciones central, autonómica y municipal. Después Aznar equilibraría el arco parlamentario a partir de los noventa.
La novedad es que esta derechización no es un fase más del reequilibrio natural del bipartidismo, sino que procede de una fuerza populista que ha invalidado la foto de Colón como elemento movilizador de las izquierdas.
Hay una derecha conservadora, celosa de la propiedad privada, defensora de la democracia liberal frente a los excesos de las izquierdas y con cierto sentido de la diversidad territorial de España, y hay otra novísima derecha populista, contraria a los inmigrantes, antifeminista, turbotecnologizada y hasta cierto punto, nacionalmente, resentida, que se ha rebelado contra la corrección política puritana. ¡Ya no se puede hablar! es su grito de protesta, aunque gozan de redes sociales sin bridas, de plataformas de vídeos, de periódicos en línea, de influencers, de altos referentes internacionales y de una abrumadora mayoría imberbe que reduce a curiosidad entomológica al joven rojete.
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