Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Acción de gracias

La memoria de los árboles

Cuando cierra los ojos, un hombre vuelve a su infancia, pero también a los árboles con los que convivió entonces

Aquel eucalipto tenía una presencia imponente a los ojos de un niño, como una torre erguida y colosal, como un faro que nos ubicaba en los paseos, pero también poseía algo de figura cálida, y parecía extender sus raíces hacia nosotros, como si fueran brazos, las mañanas en que el sol ya apretaba y aquel árbol nos invitaba a la sombra. Yo no tenía edad para intuir que aquel tronco inmenso y sus frondosos ramajes, que nos aguardaban como un vigía cada vez que visitábamos aquel campo, dejarían de tener esa consistencia solemne, no sospechaba que esa tierra se vendería y la silueta de aquel eucalipto se difuminaría en el recuerdo como astillas. A menudo, cuando el tren avanza entre Los Rosales y Tocina, donde se situaba aquel terreno, levanto la vista en busca de un fantasma -o un recuerdo de infancia- que no me concede el horizonte. ¿Habrá sobrevivido aquel viejo aliado, o se habrá consumido como leña?

Cuando la librería Caótica, hoy felizmente salvada del desahucio, abrió sus puertas, sus responsables contaron que querían que la gente sintiera que en su espacio volvía a la casa del árbol levantada en la infancia. Yo recordé entonces otro jardín, el del bajo que alquilábamos cada verano en Chipiona, y un aligustre donde los chavales nos subíamos y conducíamos -eran los tiempos de la serie V- como si de una nave espacial se tratara, o donde escenificábamos las últimas lecturas. Es evidente: cuando cierra los ojos en busca de sí mismo, un hombre vuelve a su infancia, pero también a los árboles con los que convivió entonces.

He pensado estos días, mientras talaban el ficus de San Jacinto, en la vegetación que forma parte de quienes somos, en toda la savia que fluye en nuestro recuerdo: en aquellos naranjos que cuidaba mi padre, en ese mar verde del paisaje extremeño por el que paseaba tantas veces Angelita, a los que ya he recordado alguna vez por aquí; en la araucaria que presenciaba hasta hace poco las puestas de sol junto a nosotros en Sanlúcar. Y me acordé, claro, de Cernuda, de otro pasaje bellísimo de Ocnos: "Aquel magnolio fue siempre para mí algo más que una hermosa realidad: en él se cifraba la imagen de la vida". Yo, que no identifico apenas más que dos o tres especies evidentes -mi amiga Carmen sí ha aprendido a nombrar los parques y jardines-, sí sé a qué parte del mundo quiero pertenecer: a la de los hombres y mujeres, los serenos, los contemplativos, que hablan con los árboles.

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