El jardinero

LA misión de un 'jardinero' en un juego como el fútbol es no jugar. El ''jardinero' es un sieso. Si hablamos del gran Barcelona de estos años encontraremos un montón de niños felices que quieren la pelota para hacer diabluras. Entre todos ellos hay un chicarrón mal construidollamado Busquets. Me encanta Busquets. Es quejica, finge agresiones, es callejero... Es un 'jardinero'. Su tarea es robar balones y dárselos al bueno, como hizo Senna en los primeros triunfos de la selección con algo más de elegancia. Sentimentalmente, mi 'jardinero' favorito fue Vizcaíno, el escudero de Schuster (luego Caminero) en el Atleti de los 90. Su tarea era entregarle balones al que entonces era uno de los mejores pasadores del planeta. Mientras Schuster salía de los partidos con su melena rubia incólume y el rostro lozano, Vizcaíno terminaba con el gesto desencajado de los kilómetros en horizontal que se había pateado. Vizcaíno era humilde. Él sabía que lanzaba melones y que Schuster acariciaba perlas . Pero era imposible que la sala de máquinas funcionara si él no estaba atento con su segadora. La labor es ingrata. Un 'jardinero' nunca tendrá un balón de oro. Me estoy acordando del más argentino de los brasileños, Dunga, el apodo de un enanito de Blancanieves. En Brasil, para empezar, no saben de jardinería. Ese puesto jamás existió en la patria del 'jogo bonito'. Hasta que llegó un chaval de 39 años, Lazzaroni, para llevar a la canarinha a la gloria en el Mundial de Italia de 1990 jugando como los europeos. Es decir, con 'jardinero'. Y señaló a Dunga para la tarea. Una virguería del último Maradona eliminó a Brasil de aquel campeonato y todo Brasil señaló a Dunga, un jugador extraño con esa camiseta. Como seleccionador, aplicando la receta Lazzaroni, cayó en Sudáfrica contra Holanda, pero pocos recuerdan que con ese juego antipático Brasil ganó el Mundial de Estados Unidos, el campeonato de los destructores que viven a la sombra y alimentan a los aristócratas del balón.