La esquina
José Aguilar
Tragedia total, miseria política
Quousque tandem
Señalar un enemigo externo es un recurso político muy viejo. Entretiene a las masas y aunque ni les quita el hambre, ni les da trabajo, les consuela de su realidad que no suele ser precisamente envidiable. El indigenismo folclórico que se ha extendido por Hispanoamérica y muy en particular por México es un claro ejemplo de esa búsqueda de culpables a los que achacar las consecuencias de la incapacidad de sus líderes políticos. No se trata ahora de enfrentar leyendas rosas a la leyenda negra ni de volver a explicar qué significó la llegada de España a América en un remedo del genial “¿Qué han hecho los romanos por nosotros” de los Monty Python. Más que nada, porque cualquier persona leída lo tendría clarísimo y se han escrito ríos de tinta al respecto mucho más documentados de lo que permitiría el espacio de esta columna.
Me interesa mucho más reflexionar sobre ese concepto de responsabilidad colectiva tan grato a la izquierda y para mí inexistente. Somos individuos, no rebaños. Y nadie puede ser responsable, mucho menos culpable, de lo que no ha hecho. Lo hicieran sus antepasados o no. Pertenezca al mismo país al que se acusa interesadamente de ello o no. Nunca, una sociedad en su conjunto debería asumir a gusto de quien se sienta ofendido por algo, la obligación de ofrecer disculpas por lo que es posible que crea que más bien exige agradecimiento. Sinceramente, me parece que después de dos siglos, los problemas de México y los mexicanos son asunto de su propia responsabilidad. Al fin y al cabo fue el México independiente quien entregó la mitad de lo que había sido el Virreinato de la Nueva España a los EEUU. Es como si nosotros culpáramos a fenicios, romanos, visigodos o árabes de nuestra realidad actual.
Pero si entiendo a la perfección la estrategia populista de la presidenta Sheinbaum, lo que me cuesta más colegir es qué pasa por las cabezas de parte de nuestra izquierda, que ya sabemos que odia a España y todo lo que signifique España desde lo más profundo de su ser. Si no, resulta incomprensible ir a México a ofender al propio país. Pero lo que no sé es cómo piden que España, cuya existencia niegan reiteradamente y sitúan, como mucho en 1812, tiene por qué pedir perdón por lo que no pudo hacer si no existía. Y es que lo que nunca debe hacerse en política es el ridículo, ni alardear de incongruencia. Al parecer no hacen caso al mejor de los Marx, Groucho, cuando dijo aquello de que “es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”.
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