Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
YO no sé quién es tu ídolo. Quién fue un referente en tu adolescencia, cuando aún principios y valores se tambaleaban en una conciencia plagada de inseguridades. Yo tenía uno, uno que siempre nombraba con orgullo cuando me preguntaban en clase o mis amigos. La atleta Marion Jones. Huelga decir que yo practicaba atletismo en el colegio. Por supuesto competía en 100 y 200 metros. Todo, absolutamente todo me admiraba en ella. La ligereza de su figura, la espontaneidad de su comportamiento, la alegría en su rostro a pesar del esfuerzo, sus condiciones naturales. Aún la recuerdo ganando el bronce en longitud en el Campeonato del Mundo de Sevilla en 1999, con un salto con más corazón que técnica, con más rabia que estilo.
Ella se mantuvo en mi cabeza años después y yo, alejada ya de aquellas conversaciones pseudo infantiles, seguía pensando secretamente que Jones, a pesar de que ya había otras, continuaba siendo la más brillante de mis estrellas. Pero el jarro de agua fría no tardó en llegar. En 2007 esa estrella confesaba entre lágrimas ante el Tribunal Federal de Estados Unidos que había tomado sustancias no autorizadas en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000. Le quitaron las cinco medallas al mismo tiempo que destrozaron mi ilusión. La decepción fue absoluta y me hice a mí misma la absurda promesa de que no volvería a admirar a nadie, promesa que, inconscientemente, ya había traicionado con una palentina de cinta rosa y correr decidido.
Marta Domínguez sustituyó así a Marion Jones en mi podio imaginario haciendo que el dolor por la pérdida fuera menor. Y mi ilusión se fue llenando de nuevos recuerdos como cuando en Pekín 2008, tras caerse en la final de 3.000 obstáculos, respondió airosa ante los micrófonos de televisión española. Cosas que pasan, dijo. Una tía admirable, pensé. Que fuerza de voluntad, que capacidad para levantarse. Y ahí se quedó ella, instalada en mi memoria y admiración, logrando título tras título, medalla tras medalla. Hasta que llegó la Operación Galgo. Marta no, tú no.
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