Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
De todo un poco
SEGÚN Plinio el Joven, no hay libro que no tenga algo bueno; y, si eso pasa con los libros, capaces de lo mejor y de lo peor, qué no pasará con las decisiones políticas, tan mediocres y confusas. La propuesta de reforma de las administraciones públicas ha sido el parto de los montes. Por su tamaño, ínfimo, y por su formato: se hace con papel de fumar, y no con papel del BOE. Habrá que ver cuántas de sus recomendaciones medrosas acabarán llevándose a la práctica. Su pomposa puesta en escena es una burbuja terminológica, como si yo llamase "una reforma histórica de mis esquemas mentales" a visitar a don Fernando Biensoba, mi peluquero.
La imagen transmitida al público no es mejor. El editorial del lunes de este periódico no pudo ser más certero. Al decir la vicepresidenta que llegó la hora de los sacrificios de los políticos, sugería 1) que hasta ahora no había llegado su hora, mientras que la nuestra lleva años dando campanadas, dándonos campanazos; 2) que los políticos han sido, pues, casta privilegiada, y 3) que la reforma tiene, como móvil último, cambiar algo -lo mínimo- para que en lo sustancial todo siga igual, o sea, como lo de Lampedusa, pero sin citarlo, sin entenderlo del todo, con el mismo cinismo y con peor literatura. Cuando a estas críticas nuestras replican ellos con la cantidad mareante de millones de euros que se ahorrarán, creen que nos van a embobar como a paletos pobretones, pero lo que pensamos es: si tanto se ahorra con retoques tan superficiales, ¿cuánto, si entrasen a fondo?
¿Y dónde está lo bueno que nos prometió usted al principio?, preguntará el lector a estas alturas. Está en que los políticos han oído la palabra "sacrificio" y se han llevado las manos a la cabeza: "¿No era éste un Estado laico, aconfesional y, si se tercia, cristófobo? ¡La palabra sacrificio es inconstitucional o debería!, y qué pena que se haya ido Pascual Sala, ay, que la prohibiría".
Esa falta de disposición de la clase política de todos los partidos a seguir el juego al Gobierno en su retoque de peluquería reproduce milimétricamente el mecanismo implacable de El dilema del prisionero. Por suerte. El egoísmo de cada político nos terminará salvando a todos nosotros. Quizá con un mínimo coste, ellos mantendrían su chollo. Pero no lo harán, porque ninguno querrá ser ("¿yo?, ni hablar") el sacrificado. Y a medio plazo habrá que reformar esto en serio, menos mal.
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