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Algunos de nosotros somos hijos de la generación Tivoli, el parque de atracciones de Benalmádena. La nostalgia es siempre una emboscada. Pero uno agradece caer en la trampa. El verano es como la incandescencia de lo remoto y tal vez, como la lluvia, es eso que ocurrió también en el pasado. Decoro aparte, aún somos hijos del Tivoli World. Pedimos respeto. De la niñez a la adolescencia viscosa, uno vivió sus veranos en la Costa del Sol, en mi caso en Fuengirola. Ir al Tivoli era todo un acontecimiento (se inauguró en 1972 gracias al empresario danés Bernt Olsen).
Años 70 y 80. La vida todavía no iba en serio. Por la playa del Castillo veíamos cruzar la avioneta que anunciaba con su pancarta las actuaciones estelares en el Tivoli. Solía ir uno al parque soñado con los primos de la familia y los hijos de otros veraneantes. Nunca el más artificial de los paraísos concitó tanta ilusión y pureza. Al llegar la noche el Tivoli World encendía las ascuas del asombro. Casi no recuerdo ninguna atracción en especial y las recuerdo todas. Sí me acuerdo de mi primer concierto en Tivoli: Imagination y sus tres negratas discotequeros (temazo inmortal aquel Just An Ilusion).
Jamás volví al Tivoli. Sólo alguna vez divisé a lo lejos los telecabinas que van y vienen sobre el parque de atracciones en Arroyo de la Miel. En 2004 el complejo lo adquirió Rafael Gómez, el célebre Sandokan herido por la operación Malaya. El grupo Tremón es la actual propietaria. Cerrado tras la pandemia en 2020, el Tivoli ha permanecido silente e inanimado, sin su musiquilla evocadora. El paraíso que aún hiberna lo han cuidado estos años sus dignos trabajadores (en especial el bravo Juan Carmona). Tivoli podría reabrir en 2028. El alcalde de Benalmádena acaba de aprobar un convenio para que el recinto retome su actividad en un espacio renovado con centros comerciales y hoteles. Habrá que dar por una vez algún viva al capitalismo del ocio.
A uno, sin embargo, le habría gustado pasear estos años atrás por el recinto inerte, entre atracciones cubiertas por lonas, pavos reales desnortados, lagunas desecadas y palmeras datileras azuzadas por calores y temporales. Un estupendo documental de Lucía Muñoz y Sergio Rodrigo muestra lo que ha significado este parque de atracciones como idea de vida y nicho sentimental para los hijos de la generación Tivoli.
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