Laurel y rosas

Juan CArlos Rodríguez

La "fantástica" Chiclana de Quiñones

FERNANDO Quiñones nunca quiso que el territorio de sus relatos "fantásticos extraños"-como los califica Ana María Pérez Bustamante- se denominara Chiclana. Siempre la describió como "Contreras". Esta práctica de trasposición literaria no es única: el propio Quiñones se nombra en más de un relato a sí mismo como "Joaquín Quintana" o al bailaor chiclanero Juan Fariña le llama "Juan Faraco". Y, especialmente, al Padre Salado, que es, sin duda, el protagonista de "Todo un verano para el padre Alfonso", el relato con el que comienza esa magnífica "novela en relatos" que es "El coro a dos voces" (1997). Ese mismo padre "Alfonso Salado" que da título al relato es un espléndida transposición de Fernando Salado Olmedo, el padre Salado, quien, en la odisea imaginada por Fernando Quiñones, descubre bajo el altar de San Telmo una cueva medio sumergida que había sido cárcel de la Inquisición y, aprisionado dentro de ella, un lenguado de monstruoso tamaño, que, tras muchas disquisiciones, decide liberar en el río. "En Contreras, población muy cercana a Cádiz, y por los años de la Segunda República española -dice el relato-, el párroco de la iglesia de San Telmo, don Alfonso Salado, hombre por encima de la cuarentena y dueño de un espíritu abierto y una cultura nada usuales en los curas españoles de su tiempo, andaba atravesando una crisis paralela, o quizá correspondiente, a la que atribulaba todo el país […]".

De este mismo relato nos interesa la toponimia y su trasvase a Contreras, que equivale a una Chiclana de antaño, la del verano de 1933: "Tardes de cuarentidós grados y sin aire ni para levantarle una pluma a las cigüeñas, clavadas en sus torres sobre el ardor de tejas, paredes, adoquines, y tan sola como todas la calle principal, la de La Vega". Esa decisión fue una salvaguarda, porque en esa Contreras, que por sus descripciones, sus monumentos, sus bodegas y sus calles responde a Chiclana, tenía lugar el espléndido milagro de la fantástica imaginación de Quiñones. Era el escenario en donde dejaba libremente discurrir sus lances ficticios y extremos a partir de elementos verídicos. Pero esta Contreras merece la pena explorarse a fondo como una geografía espléndida de observación y detalle. Sin duda, es el mejor de cuantos textos literarios han hecho mella en Chiclana, pese al baile de la toponimia y el realismo mágico que Quiñones borda: "Contreras subía lánguidamente por la solanera muda, desde el río puercachón hasta el pie de la colina rematada por la ermita de Santa Ana, con su planta octogonal de un blancor ofuscante, de nata, su cúpula con aire de morabito y, bien lejos, apenas distinguibles desde lo alto de la loma, la reverberación del mar abierto, como un espejismo de frescor, y el blancor de Cádiz en él". Dentro de esa Contreras cabe cualquier envite. Y hay muchos espléndidos. Como el de aquel vecino llamado El Sobrao, "un ganapán gigantesco muerto de golpe en el bar La Primera y en el momento de acabar con el noveno plato sopero, de los diez rebosando estofado de rabo de toro con papas, que apostó comerse en hora y cuarto, incluido el laurel del guiso". Y en su homenaje, cada año, se celebra en Contreras una fiesta, con degustación de tapa de rabo de toro incluida, según el anónimo cronista del relato.

Quiñones, según desveló en el propio epílogo de "El coro a dos voces", concibió ese relato como novela. El primer borrador de "Todo un verano para el padre Alfonso" llegó a tener "noventa folios que, reducidos a once, pasaron luego a quince y, por fin, a la extensión que aquí tiene", que son veintiuna páginas en la primera edición de Anaya & Mario Muchnik. Ese epílogo que Quiñones titula "Cierre" nos interesa mucho, porque en el mismo confiesa Fernando: "Al igual que los otros tres relatos fantásticos del libro, acopia más referencias verídicas de las suponibles". Y precisa: "En el del padre Alfonso, que toca el siglo pasado, proviene de la realidad, incluso con alguno de los detalles increíbles, el pueblo en su momento, 1933, el apellido, profesión e ideología del protagonista, y circunstancias de su vida dadas en el texto, que también pudo titularse «El libertador»".

El examen de esa dualidad entre Chiclana y Contreras o entre el padre Salado y el padre Alfonso precisa de un análisis más amplio, en el que -casualidad o no con su segundo apellido- el historiador Quino García Contreras, quien más y mejor conoce del padre Salado, tiene mucho que decir. Lo que es innegable es que debemos volver una y otra vez sobre ese texto espléndido, sobre esa Contreras de la imaginación y el testimonio, que Quiñones vuelve a nombrar en otros dos relatos, entre los dieciséis que componen "El coro a dos voces": en "El monedero", donde la cita simplemente, o "La libertad", en el que rescata a ese "cura de Contreras" que "hablaba mucho de la libertad" y de lo que le pasó con el "pescao grande". Sin embargo, la primera alusión a Contreras está en un relato magnífico y apoteósico, "Cubalix", con el que cerró el libro de relatos "El viejo país" (1978) y recuperado en el libro colectivo "Fantasmas y monstruos de Chiclana" (2012). Quiñones, contrerano ilustre, y su fantástica Chiclana, casi cuarenta años después, pide que lo volvamos a leer con otros ojos.

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