Ojo de pez

pablo / bujalance

La escuela laica

HACE un par de días, mientras los profesores de Religión se manifestaban en Sevilla contra la reducción de horas lectivas de su asignatura propugnada por la Lomce (y la consiguiente pérdida de empleos), un servidor compartía café y conversación con una profesora de Filosofía que trabaja en un instituto de Córdoba. Y ella me brindó su particular opinión sobre el asunto: "Se supone que el sistema educativo debe favorecer la formación integral de la persona, tal y como también refleja la Lomce. Sin embargo, en los centros públicos se exige a los alumnos que dejen en la puerta todo lo que tenga que ver con la trascendencia y la espiritualidad antes de entrar a clase. Esa parte de la dimensión humana, que existe, se queda sin atención por parte de la escuela. Y no debería ser así. Una escuela laica es, por definición, una institución contraria a estas inquietudes, que no sólo elimina los signos que representan, como pueden, la trascendencia, sino que pretende, además, extirpar las preguntas que todo el mundo se hace al respecto de las cabezas de los estudiantes. Y el mismo sistema practica esta escisión en nombre de una presunta igualdad. Pero quienes lo sostienen deberían darse cuenta, de una vez, de que no todos somos iguales".

Y continuó: "Una cosa es garantizar la igualdad de derechos y otra fomentar una uniformidad de criterios a cuenta de la misma. Si los elementos diferenciadores, como la religión, se extirpan de la educación, lo que se fomenta es el recelo hacia ellos, cuando no directamente el odio. Xenofobia, en su acepción griega, significa miedo a lo distinto, y eso es exactamente lo que se consigue al sacar la cuestión religiosa de las aulas. Es evidente que la escuela pública debe ser aconfesional, porque que su función es muy contraria al adoctrinamiento; pero hacer de la religión un enemigo a batir significa que no se ha entendido nada". La profesora en cuestión ejerció durante un curso en un instituto público en El Ejido, "había alumnos católicos, ortodoxos y musulmanes. En Navidad montamos el Belén, al final del Ramadán hicimos una fiesta y en Pascua decoramos huevos. Quien quiso participar, lo hizo. Y fue genial. La diversidad se ha convertido en factor de sospecha, pero debería volver a ser reivindicada, y muy especialmente desde la escuela pública".

Yo añado: en una época proclive a los fundamentalismos, seguramente lo peor que se puede hacer es llevar el hecho religioso fuera de la educación, el único espacio donde puede ser sometido al raciocinio. He aquí otra catástrofe a la que nos aboca la progresía totalitaria. Mal vamos.

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