La erótica del poder

28 de octubre 2009 - 01:00

EN momentos convulsos y compuls(iv)os en los que nos encontramos en la España actual, hablar de erótica se nos presenta como obligado. Nunca el poder ha sido tintado de tanta erótica, o al menos, nunca ha sido tan vociferado. El antiguo refrán de 'los trapos sucios se limpian en casa' lo está (intentando) llevar a cabo el Sr. Rajoy, si bien su propio partido no se lo está poniendo nada fácil. A veces tengo la impresión de que la oposición al PP se la hace su propio partido, porque ¡el PSOE deja pasar las mejores! Y ¡el PP (concretamente la Sra. Aguirre) no deja pasar una para echar un pulso a los altos representantes de su partido! El peor enemigo es el que duerme con una, tenerlo en casa, y además que se jacte públicamente de ello, como están haciendo ciertos altos miembros (y miembras -sic-) del PP. La atracción tan intensa, en algunos casos semejante a la sexual, que se puede llegar a sentir hacia el poder, el dinero y/o la fama se convierte en el núcleo de la erótica del poder, una verdadera bomba de relojería. No es necesario que pensemos en cambios que se han producido en la Historia por irresistibles deseos sexuales que han sido consumidos, y consumados, provocando un seísmo en el curso de la Humanidad. La película Las amistades peligrosas nos ilustra sobre la capacidad y la fuerza del sexo para manejar a otros. Sin duda, que al PP le han encontrado su punto G (caso Gürtel) y al PSOE ya le encontraron el suyo (caso Gal), si bien placer no les ha podido producir más que al contrario, justo quien les ha buscado su puntito. Ahora bien, no es esto la erótica del poder. La erótica del poder radica en la fuerza para atraer, absortar, pasmar, perder el norte, como si de un encantador de serpientes se tratara, dejando incapaz e inimputable, sin raciocinio ni argumentos válidos de defensa sobre las actuaciones ilícitas y poco éticas que ha realizado la persona que ostenta el poder (o desea obtenerlo). La erótica del poder es el sucedáneo del orgasmo sexual por el placer de mandar y dominar. No puede ser nunca lo mismo, pero hay quien se conforma con poco.

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