DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

El 'democrógrafo'

UN amable comentarista de mi artículo sobre la aprobación lamentable de Bildu me afeaba que cargase la mano contra la clase política, cuando los responsables últimos de todo somos nosotros. No lo creo, pero le agradezco de veras que me dé pie para tratar uno de los temas que más me preocupan, y mira que los hay preocupantes.

La excusa preferida de los políticos es justo ésa: el pueblo los ha elegido. Pasan por alto las listas cerradas, la aplastante publicidad, los incumplimientos sistemáticos de sus programas y el alto índice de abstención. Y, aunque sea en versión estoica (y un punto esnob, porque ellos -al decirlo- se sacan de la cesta común), les hacen el juego los que afirman que tenemos lo que nos merecemos.

Sin embargo, las encuestas demuestran que no. Como en las tuberías, que pierden una cantidad escandalosa de agua, nuestros sistemas de representación pierden muchísima voluntad popular. Un 60 % de la población está en contra de que Bildu concurra a las elecciones y sólo un 27 % a favor. O sea, que si hubiese decidido un jurado popular, nos habríamos ahorrado la presencia de los pro-etarras en los ayuntamientos y el manejo consiguiente de fondos públicos e información privada.

Y no hay donde poner los ojos que no encontremos un asunto en que las opiniones de la mayoría sean diferentes y hasta contrarias a las de nuestros líderes y legisladores. Las tímidas y quebradizas leyes penales, las borrosas e interminables reformas educativas, las duplicantes autonomías, el nacionalismo voraz, las ingentes ayudas a la banca, la última ley del aborto, los privilegios de los políticos… tienen en la calle una pésima reputación, mientras que en las Cortes se aprueban y aplauden.

En época electoral, como los mandamases han de tratarse con la gente, puede comprobarse la enorme discordancia que hay entre la ideología de los partidos y las ideas de sus mismos militantes y simpatizantes. La cúpula del PP vive obsesionada con centrarse, pero sus votantes son más expeditivos y, sobre todo, menos acomplejados. El discurso antirreligioso del que ha hecho bandera el PSOE apenas lo comparten los suyos, ni su querencia por los nacionalismos de todo tipo y pillaje.

Una democracia en la que no gobierna el pueblo es una mentira de dimensiones etimológicas. Urge activar los democrógrafos (para medir y denunciar las divergencias) y aplicar medidas urgentes de corrección: listas abiertas, jurados, consultas directas, primarias… Comprendo que a los políticos no les apetezca nada. Les apasiona hacer su santa -o no tan santa- voluntad. Pero entonces que no se nos llamen tan demócratas.

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