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No siempre, o no tanto, los cuñados han tenido tan mala prensa ni acepción tan peyorativa como ahora. Partiendo de la base de que –como bien dijeron los Accidents Polipoètics– la familia política es, por definición, corrupta, y de que –como dijo Mafalda– cuando se es niña una tiene parentescos bonitos como hermanas, padre, abuelas, y es cuando nos hacemos adultos nos convertimos en parentela chunga –suegra, cuñado, yerno…–, hay que destacar que, antaño, el cuñado tenía su sabrosura: de los cuatro muleros, el de la mula torda es mi marido, sostenía la voz cantante. Mas luego –ay, qué tonta, me he equivocao– el de la mula torda era el cuñao. Sea en sutilezas o en obscenidades, cualquier rabelada o cuento de Canterbury le echa la pata lasciva encima al reguetón. Woody Allen no dejó de explorar, freudianamente incluso, el cuñadismo entendido como la afición no tanto por Hannah como por sus hermanas. Hay algo incestuoso en andarse con el hermano político, pero no es tabú, o no al menos –se estudia en antropología del parentesco– en ciertas culturas: en mi pueblo no es nada fuera de lo común que la viuda se case con el hermano de su difunto esposo. Una versión libre del levirato puede resultar más llevadera que el celibato.
Más que una oda al cuñado, esto es una endecha. El cuñado y el cuñadismo han mutado de acepción. Ahora designa al tipo (casi arquetipo) de ignorante atrevido –muy ignorante, muy atrevido–, incapaz de ver más allá de sus propias narices. Cuñadismo, dice la Fundéu, ha desplazado su significado desde “favoritismo hacia un cuñado” hasta llegar a designar “la actitud de quien aparenta saber de todo, habla sin saber pero imponiendo su opinión o se esfuerza por mostrar a los demás lo bien que hace las cosas”. Este espécimen existe tanto, fuera y dentro de nuestras familias, que era necesario darle un nombre, y le hemos dado el de cuñado. Del mismo modo que perrear era antes hacer el vago y ahora designa el fomento de la lordosis por movimiento espasmódico, o que estar basadísimo era hablar con conocimiento de causa y ahora es no se sabe bien qué, los cuñados han caído en desgracia. Propongo devolver al término su primigenia dignidad y salsipirri, y buscar otra metonimia para designar y combatir a la marabunta cuñadista que no cesa. Que son plaga, los sabelonada que nos afligen con sus bocinazos, certezas, complejos, frases hechas, eslóganes regurgitados, bravatas y su inmensa falta de ternura hasta consigo mismos.
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